Antonio Domínguez Sánchez. Antonio el de Silvestre

Entrevista publicada en la revista PLAZA LAS FLORES. (Marcelino Pérez Calvo)

Hoy viene a las páginas de "PLAZA LAS FLORES" un Mayrenero que con su paso firme y "arañando" los noventa años, concurre cada mañana a nuestra tertulia de la "Peña Flamenca" y entre sonrisas y sorbitos del rico "Moca" se presta, con su peculiar simpa­tía, a contestar las muchas preguntas que nos disponemos a hacerles. Se trata de Antonio Domínguez Sánchez que nació un 22 de Febre­ro de 1.896 en la calle Rosario y al que deja­mos la palabra.

A los pocos meses de mi nacimiento, mi padre, oficial de albañil compró, por trescientos reales, un solar con trescientos varas cuadradas de un olivar situado a conti­nuación de las últimas casas del pueblo, hoy calle Jorge Bonsor en la confluencia con la del Castillo. Ahí levantó de tapial un cuerpo de casa de doce varas por cuatro de ancho, la mitad para portal y el resto para una sola habitación donde vivíamos hasta que al crecer la familia, en 1.901 ya eramos cinco hermanos, la amplió con otro cuerpo igual.

Por entonces ya iba yo a la escuela oficial regentada por D. Joaquín García Sánchez, maestro de bastante edad, señor de barba y "palmeta" siempre a mano, con la que nos enrojecía las nuestras, como argumento para barajar a los sesenta o setenta chavales que de los cuatro a los trece o catorce años, componían aquella única Escuela Municipal que había en el pueblo, además de las particu­lares de D. José Carmona, sacristán de la Parroquia y otra de un soldado enfermo, repatriado de Cuba, D. José Sánchez Carrión, que para poder vivir, daba, lecciones particula­res a muchachos ya mayores, que por trabajar en el campo no podían asistir a la escuela.

En 1.904 ya éramos siete en la familia y mi padre amplió la casa con otro cuerpo más y lo demás del terreno lo cercó para corral. Por esta fecha, ya tenía yo ocho años y recuerdo la aparición del cometa "Hailey" o estrella de rabo, que con su larga cola resplandeciente como de fuego, nos visitaba todas las tardes, durante más de veinte días, en que aparecía por el Naciente y se ocultaba por Poniente. Recuerdo el miedo y los comentarios de las gentes, que hallaban del fin del mundo y que era un castigo de Dios porque éramos malos y descreídos.
También por entonces el maestro D. Joaquín García fue jubilado por la edad y en su lugar tomó posesión de la escuela un maestro joven, D. Juan Caraballo, que por su verdadera vocación guardo yo, y todos sus discípulos de entonces, el mejor de los recuerdos.

A mis nueve años y como mi familia, ya muy numerosa, no nadaba precisamente en la abundancia, pensaron que yo podía hacer algo que les sirviera de ayuda económi­ca, pero no querían de manera alguna, que dejara de asistir a la escuela. Providencial­mente ocurrió lo que voy a referir y que Jigó mi vida, de manera casi constante con el "Castillo de Luna", que un señor extranj_ro, D. Jorge Bonsor, había comprado a la junta de acreedores del Duque de Osuna, su último dueño.
Mi padre, por entonces, em!,ezó a trabajar como albañil' en las obras de restauración de las Torres del Castillo Y' en preparar nuevas habitaciones para vivienda e instalación de un Museo Arqueológico.

Este señor D. Jorge, tomó como adminis­trador en Mayrena a Quintín Méndez, que era el cartero del pueblo y corresponsal de prensa, el cual le pidió a mi progenitor para que yo repartiera los periódicos que llegaban por el ferrocarril sobre las ocho y media de la mañana y de esa forma no tendría que dejar la escuela y sobre todo ahora que teníamos un maestro tan bueno y con el que estaban todos tan contentos.

D. Juan gestionó el nombramiento de un ayudante y luego consiguió hacer las obras necesarias para la Escuela Graduada.
Así que todas las mañanas antes de entrar en la escuela y cuando oía pitar el tren por el "Chorrillo" tenía que salir corriendo desde mi casa y por la senda de los Molinos, llegar a la estación, recoger los paquetes, volver al pueblo y repartir los diarios de Sevilla; unos setenta entre "El Liberal", "El Noticiero Sevillano", "El Correo de Andalucía" y "El Fígaro".

Cuatro años repartí los periódicos y en el verano de 1.909, ya" tenía yo trece años, llegó la ocasión, sin mas remedio que ponerme a trabajar de peón de albañil con mi padre. Al escasear el agua en el Castillo había que acarrearla del acueducto o atarjea que yema dé la Fuente Gorda para los molinos de harina que se movían con el agua de ésta y con la de. Alconchel y pasaba casi por la puerta de mi casa

Me prepararon un burro blanco, bien grande y unas aguaderas con cuatro cántaros que pesaban más de dos arrobas y como yo no estaba acostumbrado, ni podía cargarlos, mi padre en el sitio que habría de estar el burro, abrió una zanja donde entraba el jumento y yo lo cargaba desde el suelo. Además del agua para la obra tenía que regar los pinos del jardín, una especie que llamaban del Canadá y que hoya sus ochenta años llaman mucho la atención por sus altas y largas ramas que dan una tupida sombra por el jardín.

También en aquel verano de 1.909 se abrió en la m uralla del Castillo una portada grande para los coches de caballos. Estas murallas del recinto exterior de dos metros y medio de espesor están construidas con un hormigón de cal, albero y cascotes apisona­dos' y tienen tal dureza y solidez que no le envidian nada al cemento actual. También se colocó una gran cancela de hierro y se construyó un puente de quince metros de largo en mampostería para salvar el foso que circunda el Castillo, más una carretera de acceso hasta la nueva entrada y una escale­ra cortada a pico en la piedra del Alcor y un arco árabe para dicha entrada de la vivienda y el museo.

Todo fue dirigido por D. Jorge, que según decían había estudiado para ingeniero, pero que cuando llegó a Carmona en 1.880 se hizo pintor y arqueólogo, y como en esta ciudad abundaban los aficionados, formó una Sociedad Arqueológica, que fue la que bajo su dirección descubrió la gran Necrópolis Romana y en 1.890 edificó una pequeña casa donde organizó un museo con sus hallaz­gos en las tumbas de la Necrópolis y sus alrededores. .

D. Jorge ya vivía en el Castillo de Mayrena en 1.906, pero todavía quedaba por terminar el salón que tenía destinado para Museo, que era el cuerpo de guardia donde estuvo antes su primitiva entrada con el puente levadizo.
"Esta fortaleza fue construida por D. Pedro Ponce de León, señor de Marchena, a mediados del siglo XIII, para refugio y descanso de los hombres de armas que vigila­ban caminos y ganados desde Marchena a Sevilla". "En tiempos de los árabes, existía en este lugar una torre de refugio y señales, situada en la primera línea de qefensa de la frontera musulmana (1). Todavía, los cimientos de esta torre pueden verse en el olivar junto a la cancela del Castillo en el mismo camino de la fuente de Alconchel. El rey Alfonso XI donó esta torre a D. Pedro Ponce de León en el famoso sitio de Algeci­ras (l).

Con todos estos trabajos llegó el año 1.910 y D. Jorge decidió seguir las excavacio­nes en Bencarrón que desde 1.902 habían estado paralizadas.
En este mismo año, en el mes de Marzo, hubo una gran plaga de la langosta africana, que se extendió por parte de la vega y los alcores, en particular por los terrenos no labrados, que saltando y volando en grandes bandadas por encima de nuestras cabezas asolaron los sembrados y árboles y que fue una verdadera catástrofe.

Entre Gandul y Bencarrón está situada la dehesa de Andrade, donde pastaban una manada de vacas bravas, propiedad de D. José Mª del Rey Delgado, que nació en Mayre­na el 12/9/1.868, notario y abogado que ejerció en Sevilla, gran aficionado y crítico taurino que hizo popular sus crónicas con el seudónimo de "Selipe" y en esta finca llamada "El Toril" construyó una placita de toros.

Este Sr. D. José Mª del Rey, para combatir la invasión de cigarrones que hemos dicho y con la ayuda de los Ayuntamientos de Mayrena y Alcalá, tomó la iniciativa de abrir en determindos si tios de aquellos parajes del Toril y la dehesa, unas zanjas de hasta cien metros de largo en los que unas cuadrillas de trabajadores con grandes escobas de ramas barrían y acumulaban los insectos para rociarlos de petróleo y prenderles fuego. Esto dió muy buenos resultados, ya que además de los muchísimos achicharrados, con el humo .y olor que despedían, se consiguió alejar esta plaga y que en otros sitios siguieran este mismo- procedimiento hasta conseguir su extinción.
Como consecuencia de la apertura de estas zanjas y como no hay mal que por bien no venga, aparecieron en la dehesa de Andrade, Bencarrón y Gandul,. restos de ladrillos, tejas y cerámicas romanas.
Tan pronto llegaron a D. Jorge estas noticias, decidió empezar las excavaciones y un día, a mediados de Abril de aquel año, salimos una mañana del Castillo, con el burro blanco a mi cargo y toda clase de herramientas, una cuadrilla con mi padre y todos los que habían trabajado en las obras y D. Jorge que iría después en el coche.
La vereda de Gandul, camino de las exca­vaciones, y con todo este cortejo de hombres armados con sus herramientas, me parecía a mí, como si ya tuviéramos todos los tesoros descubiertos en palacios con todas sus riquezas en plata y bronce, según mi imaginación infantil.

A lo lejos la manada de reses bravas de D. José Mª del Rey y a nuestra derecha la Mesa de Gandul, La Lucurgentu Julii Géminis de Plinio, donde las ruinas de la ciudad romana aparecen entre los surcos de los arados que las sucesivas generaciones han ido removiendo.
A la izquierda el pequeño caserío de Bencarrón, nombre seguramente del último dueño árabe de la finca y cercana, una fuente manantial que afluía por debajo de un peñasco de la ladera de este Alcor y que corría por un pequeño acueducto romano formado por tejas donde iba cayendo a un pilón y de allí a una alberca de construcción árabe y así regaban el pequeño huerto que abastecía de frutas y legumbres a la familia y servidores de D. José Mª del Rey.
Como a un kilómetro hacia el Sur se destacaba el Gran Túmulo de Gandul, en el ángulo norte de la muralla de tierra que por el Oeste cerraba la defensa de la ciudad romana y por el lado Este del río Guadaira servía m de muralla el corte del Alcor de la meseta que con una altura de sesenta metros estaba cubierta de agujeros de nidos de milanos, lechuzas y cuevas de zorros y otras alimañas. Abajo, entre las tierras de la vega y la ladera del Alcor, el puente romano sobre el arroyo del Salado, que era el paso obligado de Mayrena a Bencarrón y Utrera.
Aquí en este mismo sitio trabajé la primera vez, aquel día con mi padre y los hermanos Carrión en las excavaciones sobre un túmulo que podría tener unos treinta metros de diámetro por cinco de altura, ya algo derruido ­por el tránsito de las personas y las manadas o piaras de bueyes y ovejas etc. Un poco al lado de dicho túmulo existió una gran piedra, llamada del Término y que señalaba los de Alcalá de Guadaira y Carmona allá por el siglo XIII, cuando se hizo la delimitación por Alfonso X para evitar pleitos y cuestiones entre los pueblos y las gentes de otras c"Omar­caso
En el centro de la parte de arriba /de dicho túmulo señaló D. Jorge donde se habría de excavar. Al principio y hasta más de un metro de profundidad no encontramos más que piedras de gran tamaño y tierra de albero con alguna arena rojiza y a poco I
más, apareció una gran piedra que no se le encontraba el final. Estábamos, justo encima, de una de las enormes piedras que cobijaban aquel dolmen ó sepultura; a un lado y otro las juntas de unión de otras dos piedras que seguramente formaban la cámara del dolmen las piedras eran durísi­mas, de las llamadas jabalinas, porque según los viejos guardas de Gandul, los jabalíes, afilaban - los dientes sobre ellas; las herramientas no podían romper las piedras que eran duras como el pedernal. El hermano mayor de los Carrión, Rafael, mas ducho en trabajos de excavaciones y respetado co¡no jefe de la cuadrilla y en tanto llegaba D. Jorge, decidió buscar la entrada ya que lo descubiel'to parecía ser el techo de la cámara funeraria que es la que habíamos de buscar; así que calculando la dirección de las piedras se excavó en varios sitios y como a unos sesenta centímetros de profundidad, Rafael encontró un lado de una gruesa piedra, similar a las del túmulo y por allí buscamos la entrada. Después de bastante trabajo y descubierta por todos sus lados, vimos que efectivamente, aquella era la entrada de la galería del dolmen, pero había que retirarla un tanto. En ésto llegó D. Jorge, en el coche Paetón que usaba para estos viajes y después de inspeccionar el trabajo realizado, hizo sus apuntes y dibujos y nos instruyó de cómo teníamos que seguir traba­jando al día siguiente y la manera de hacernos de algunas palancas para mover aquella piedra. Al fin conseguimos hacer un tanto practicable la entrada y empezamos a sacar el por lo menos medio metro de tierra amari­llenta de una galería del túmulo.

Después de grandes dificultades por la estrechez de este acceso, fuimos avanzando, ya que la galería era cada vez más ancha y alta, pero de todas maneras nos costó mas de un día sacar la tierra de los diez metros de galería y cámara funeraria, que la. constituía un círculo de tres metros de diámetro aproximadamente. La construc­ción de este túmulo tenía la particularidad de estar revestida desde su mitad hasta el final de la Cámara con grandes losas de pizarra de las llamadas de - Tadfa, puesta a los lados de la galería: y Cámara funeraria, donde alcanzaban una altura de un metro veinte centímetros, tapadas sus juntas con una argamasa, pero que al excavar en su parte baja había que hacerlo con gran cuidado porque podía desprenderse; igualmente había­mos de cuidarnos de las picaduras de los alacranes que abundaban por allí a todas horas y en particular al empezar el trabajo. Todo el techo de la cámara estaba formado con tres piedras enormes; de dos metros y medio de largo por setenta centímetros de ancho y no llegamos a saber de dónde fueron traidas, pues en estos Alcores no existen esta clase de piedras. A la mitad de la galería y después de retirar la tierra, se recogieron muchos restos de huesos y cráneo de un esqueleto que D. Jorge nos explicó debieron pertenecer al servidor, o soldado, al que sacrificarían para que hicira de centinela al personaje muerto en su cámara funeraria, y junto apareció un puñal de hierro y esparcidos aquí y allá, diez o doce flechas de pedernal y varios tiestos de un pote o cazuela de barro, negro oscuro que podría haber contenido alimento. Con gran cuidado se siguió excavando en el interior de la cámara y se encontraron casi amontonados y ligados con el albero los huesos y cráneo de otro esqueleto que al parecer había estado sentado con la espalda sobre la mayor laja de pizarra del muro y que pudiera ser el jefe principal de aquella tribu y sobre la posición natural de donde estaba colocada en el cuerpo del sujeto difunto, la hebilla del cinturón con todos sus enganches de bronce en buen estado y cerca de todo ésto se encontró también un pote y un gran vaso de estilo campaniforme, entero, con dibujos geométricos hechos a punzón de triángulos y rayas horizontales y entre estas líneas, dibujos de dientes de lobo, apuntillados.y rellenos de una especie de pasta blanca, que le daban gran vistosidad. Pero lo más inte"resante para todos nosotros fueron dos peines. de marfil grabados con dibujos de soldados eón javalinas, todo entre un bosque de árboles y palmeras. Estos objetos, según nos explicó D. Jorge, habrían sido traídos de Africa, de los estados de Siria y Fenicia, durante y después de las invasiones de los colonos africanos que en estas mesetas de los Alcores, se asentaron y ejercieron la agricultura en nuestra vega y en la Penínsu­la, nueve o diez siglos antes de J.C. hasta que nuevas gentes de otras tierras se fusiona­ron con Iberos y Fenicios, ejerciendo la agricultura en estas mesetas desde Carmona hasta Alcalá de Guadaira; aquí disfrutaban de agua abunante, bosques y cuevas y cabañas donde guarecerse aquellas tribus con sus ganados hasta la época Púnica, con la llegada de los Celtas y Cartagineses a España. El "Túmulo de las Pizarras nos dió un mes de cavar y luego rellenar lo excavado. No hubo tesoros ni cuevas encantadas, sólo se conserva el dibujo que hizo D. Jorge Bonsor en el Museo del Castillo de Mayrena del Alcor. Aquí terminamos por ahora con los recuerdos de mi amigo Antonio, un pasaje que creemos interesante de la pequeña historia de nuestro pueblo.

(1) Bonsor