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El Campanillo
Hermandad Sacramental

Edición Digital 2003


Entrevista a D. Enrique López Guerrero. 1ª Parte. Manuel Gavira Mateos

Escuchar a Don Enrique es descubrir la vida de un hombre polifacético. Él ha sido maestro de primaria, profesor de instituto, matemático empedernido, viajero infatigable, fotógrafo aficionado, licenciado en psicología, experto en parapsicolgía teórica y experimental, escritor apasionado, animador cultural, conferenciante solicitado en diversos foros... y sobre todo, pastor y párroco de nuestro pueblo desde hace cuarenta y seis años.

¿Cómo se puede nacer en el sevillano barrio de San Bernardo en el año 1.930 y no ser torero?
Bueno, en realidad, hice mis pinitos de torero aficionado de salón, aunque de ahí no pasé pues no me atreví nunca con los pitones de verdad. Pero si fui amigo de los hermanos Vázquez, Pepe Luis, Manolo, Antoñito... Con éste último, que sólo llegó a novillero, mantuve por mucho tiempo una verdadera amistad. También en la época de mi residencia en Nervión conocí a la familia Ordóñez.

¿Dónde y cómo vivió con su familia?
Mis primeros años, por dificultades económicas mis padres me encomendaron a mi abuela materna y mis dos tías que vivían en San Bernardo, hasta que, resueltas dichas dificultades, nos trasladamos a Nervión, donde ya continué con ellos y mi hermana menor, fijando nuestra residencia en un chalet de la calle Cardenal Lluch. Se puede decir que éramos una familia bien, pues, aparte de vivir en un chalet, disponíamos de coche (un descapotable alemán), y yo asistía a un colegio de pago, donde estudié bachiller y me preparé el examen de estado para el ingreso en la universidad.

¿Qué circunstancias le hicieron trabajar como maestro antes de ingresar en el Seminario?
Tenía ya 17 años cuando al terminar la segunda guerra mundial sobrevino una recesión bancaria enorme, supuso una gran ruina para muchas gentes. A mi padre le cogió mal, pues había hecho una fuerte inversión para su negocio y no disponía de liquidez. Entonces, como persona honesta y no acostumbrada a estos avatares, y en su afán por responder a los deudores mal vendió lo disponible para pagar. Cuando se da cuenta no tenía ni dinero ni mercancía.
Recuerdo que aquel verano yo había ido a pasarlo con un tío mío en Antequera, pensaba que a la vuelta ingresaría en la universidad. Pero al volver me encuentro la penosa situación familiar. Dejamos el Chalet, nos fuimos a vivir a un apartamento al barrio de San Bartolomé, y es entonces cuando en el colegio, donde yo me había educado en Nervión, entro para ejercer como maestro de primaria. Pero era tan poco el sueldo para ayudar a mi familia, que además me veo incluso obligado a dar clases particulares por las tardes, y a veces por las noches.
Descubrí en estos años la faceta más dura de la vida. Muchos amigos dejaron de serlo, mi hermana enfermó, mi padre lo pasó muy mal... en fin.

¿Cuándo cree que germinó su vocación sacerdotal?
Mi vocación surgió de la forma más curiosa. Cuando aún no tenía veinte años, una noche me encuentro con el ya nombrado Antoñito, concretamente en el Bar Cobos de la Puerta de la Carne; era en el mes de marzo. Decidimos ir al cine a ver la película "Juana de Arco", la de Ingrid Bergman. Aquello me impactó de tal manera que salí del cine aturdido, ni siquiera me percaté que estaba lloviendo, hasta que mi amigo me avisó. Ya en casa pasé una noche horrible, como con fiebre, no pude dormir obsesionado con la imagen de la doncella de Arco, que de alguna forma me abría un mundo nuevo, para mí desconocido, de lucha y entrega por una buena causa. Vi la película siete veces más, incluso llegué a aprenderme de memoria todos los diálogos, y por supuesto me hizo recapacitar bastante sobre mi vida.

Simultáneamente, coincide esta experiencia con mi aparición por la Iglesia de San Bartolomé, la que antes ni conocía. Cuando entro en ella por primera vez, husmeo por todos los rincones hasta que en una pequeña peana veo una imagen de la Virgen de Fátima. En un principio no noto nada especial, pero una de las veces que la miro me sonríe. Sorprendido creía ver visiones, pero la impresión es tan fuerte que me da por rezarle un rosario. Repito esta experiencia varias veces, y siempre que yo me arrodillaba ante Ella veía que me sonreía. Durante todo el mes de mayo no dejé de acudir puntualmente a mi rosario diario con Ella.
Por otro lado, a todo esto, con los compañeros de trabajo yo había organizado una quiniela múltiple, con el fin de conseguir algún dinero. Pues bien, interpreto que la Virgen lo que quería era ayudarme a acertar la quiniela, es más llegué a la conclusión que el domingo elegido para esto último sería el último del mes de mayo. Así que el sábado anterior, después de haber conseguido con mucho trabajo mi aportación semanal para la quiniela, me voy para el Bar Cobos para sellarla. Pero cuando llegué, el recogedor ya se había marchado, y por la hora que ya era no había solución posible. Sólo le pedí a la Virgen que "no saliera", pero... tocó. No veas como me recibieron los compañeros el lunes al enterarse de que yo no había sellado las apuestas.
En los siguientes días reacciono sin ir por la Iglesia, pero al poco pensé que Ella no era culpable y comienzo a rezarle otra vez. La conclusión de que la Virgen no me había "engañado", como yo ingenuamente en mi ignorancia suponía, la obtuve al hacerse luz en mi entendimiento y comprender que Ella me había prometido "acertar" pero... no "cobrar". Curioso "truco" de la Virgen, sin duda, para atraerme hacia Ella.

Un domingo, ya a finales de junio, observo que en el Sagrario un sacerdote, Don Francisco García Madueño, sacerdote ejemplar, fundador de la asociación "Al encuentro de Cristo" que tantas vocaciones aportó a la diócesis, le hablaba a un grupo de muchachos. Comienzo a frecuentar estas reuniones, y a las tres o cuatro semanas me doy cuenta que se había despertado en mí la vocación para el sacerdocio, que se inició unos meses antes cuando fui al cine e hice un nuevo planteamiento de mi vida.

¿Qué duda cabe que Don Francisco García tuvo gran influencia en su decisión?
Por supuesto. Cuando yo fui a comunicárselo a su despacho ya en el mes de julio, él se me adelantó y me preguntó: ¿Vienes a decirme que quieres entrar en el seminario? Me quedé asombrado, pero lo cierto es que a finales de septiembre estaba en el seminario. Además, se resolvieron en tan poco tiempo algunos de mis problema: me costeó la beca el doctor Fombuena, el de la conocida farmacia de la Puerta Carmona; mi hermana comenzó a trabajar en un comercio del centro; y mi tío de Antequera ayudó a mi familia en todo lo posible.

¿Qué no olvida de la vida en el seminario?
Pues, mis primeros ejercicios espirituales y el esfuerzo por dominar el latín, ya que entonces todas las clases eran en latín, tanto las explicaciones de los profesores como las preguntas o respuestas de los alumnos.
Estuve sólo cinco años, pues por mis estudios anteriores entré en el tercer año de la carrera.

¿Cuándo fue ordenado sacerdote?
Me ordené en el año 1.955, dije mi primera misa en San Bartolomé, donde me hizo la presentación y predicación el ya citado Don Francisco García.

¿Cuál fue su primer destino?
Como capellán en el Patrimonio Forestal del Estado, concretamente en una aldea llamada Bodegones, tenía además a mi cargo otras tres aldeas, todas entre Almonte y Mazagón. Allí permanecí dos años, hasta que gané por oposición la parroquia de Mairena.

¿Cuándo llega a Mairena?
El quince de junio del 1.957, por cierto el día de mi santo.

¿Qué recuerda de aquel día?
¡Ah, una anécdota simpatiquísima! Llegué a la plaza en un viejo jeep del ejército, de un amigo ingeniero técnico de montes. En la plaza me esperaban las autoridades, representaciones de hermandades y el pueblo en general como entonces era costumbre, al bajar me saludó un señor, al que yo le contesto: ¡Encantado de saludarle, señor alcalde! Al momento escuché entre los presentes que alguien me decía: "Ese no es el alcalde, es el sillero del Viso". ¡Vaya entrada que tuve!
Después, ya en la Parroquia, hice mi presentación, saludo al pueblo desde el púlpito, y se leyó mi nombramiento como párroco de Mairena.

¿Cómo describiría aquella parroquia que encontró?
Necesitada, necesitada de arreglos y no sólo en la Parroquia sino también en las ermitas. La de San Sebastián estaba cerrada al culto. La de San Bartolomé era un solar.... Era necesario remover las hermandades y asociaciones, como Acción Católica...
Yo tenía dos ideas muy claras: la primera era predicar la Palabra, es decir enseñar el mensaje de Cristo. La segunda, potenciar a la juventud; era ya consciente entonces de la importancia de los jóvenes dentro de la iglesia.
Así que comencé a reunirme con las hermandades, a presidir la Conferencia de San Vicente, origen de lo que hoy es Cáritas. Por las tardes, en el Sagrario, organicé diariamente charlas sobre Teología profunda... Y con los jóvenes de Acción Católica formé un coro, yo entonces cantaba muy bien, y un grupo de teatro. En sólo tres meses fuimos capaces de representar la obra de Jardiel Poncela "Los habitantes de la casa deshabitada" en el cine; fue un exitazo. Recuerdo que trabajaban entre otros Heraclio, Andreina, Pepita Hernández...

Don Enrique, ¿conoce una foto con Rogelio Marín en la feria, en la que él escribió el siguiente texto: "En la deglución del reglamentario pollo la iglesia dialoga"?
No. ¿Cómo, con Rogelio?, ¡Qué gran amigo! Él recogía todas mis iniciativas, y con gran entusiasmo las llevaba a cabo, imborrable su recuerdo. Debía ser cuando acostumbrábamos a vernos en la Feria, y siempre lo hacíamos alrededor de un pollo al ajillo... y hablábamos de todo, de lo humano y de lo divino.

Hablando de la feria, ¿qué fue aquel intento de prohibir el baile agarrado?
Fue un episodio desgraciado... yo pasé un disgusto tremendo cuando me enteré que la Peña Mohara iba organizar este baile. Quise impedirlo hablando con la directiva de aquella peña, que me escuchó amablemente, hablando con el alcalde de entonces, que no sabía qué hacer... llegué a decir que yo mismo lo impediría personándome en la caseta... Pero, gracias a la ayuda de un seglar, de Don José Mellado, pude serenarme y me convenció, además, de lo absurdo de mi postura.
Desde entonces aprendí a consultar con seglares de mi confianza todos los asuntos más espinosos que he vivido a lo largo de estos años. ¡Qué paciencia demostró el pueblo de Mairena conmigo!