Opinión: Todos somos inmigrantes


José Prenda - Mairenero. Profesor de Zoología en la Universidad de Huelva

Quien más, quien menos, se ha visto envuelto en algún desplazamiento migratorio, directo o realizado por sus antecesores. Probablemente nadie sea genuinamente de un sitio determinado por haber estado vinculado a él desde tiempos remotos. Y es que los humanos poseemos una extraordinaria capacidad dispersiva, muy elevada en comparación con otros mamíferos de nuestro tamaño. Ello es consecuencia del carácter bípedo que hace que nuestra marcha sea prolongada, rápida y económica en términos energéticos. Esta característica, junto con la de poseer una alta capacidad cognitiva, ha facilitado que la búsqueda de los recursos básicos que cada ser vivo requiere haya trascendido en Homo sapiens los límites espaciales relativamente inmediatos de otras especies.

Hace unos 10 milenios, en poco más de mil años, el hombre se dispersa por toda América, desde Alaska hasta la Tierra de Fuego. En tiempos históricos las poblaciones humanas han estado sometidas a constantes movimientos que en muchos casos han provocado la sustitución, más o menos completa, de unos pobladores por otros. En torno al siglo V de nuestra era, un primitivo cayuco con unas decenas de polinesios –sin motor, ni GPS- alcanza la isla de Pascua, uno de los lugares más remotos del planeta perdido en medio del Pacífico. A partir del siglo XV, con la llegada de los europeos a América, se produce la que probablemente haya sido la mayor sustitución poblacional de los últimos 13.000 años e implicó la práctica extinción de muchos de los nativos pobladores de este continente. También se produjeron desplazamientos masivos similares en África, en la Polinesia o en el este asiático.

¿Por qué migramos? Aparte de este fuerte instinto exploratorio que es garantía de supervivencia para la especie, migramos esencialmente, como muchas otras especies, para cumplimentar nuestras necesidades básicas cuando éstas no son cubiertas adecuadamente. Desde un punto de vista biológico, la falta de refugio, pareja o alimento, es el desencadenante primario del fenómeno migratorio. Los nuevos destinos tenderán a ser aquellos que cuenten con excedentes que mejoren las condiciones de vida abandonadas.

Hoy en día el fenómeno natural de la migración se ha convertido en un importante problema social y político, percibido en estos momentos como el primero por parte de los españoles. Y, lamentablemente, en una simplificación absurda, se le pretenden atribuir causas solo políticas: los emigrantes vienen porque los responsables públicos, con sus decisiones erróneas, frívolas, les han llamado. Cuanto cinismo¡ En realidad se trata de una cuestión de mucho mayor calado, con una fundamental raíz biológica basada en una tremenda injusticia social. La vida en África es dramática, sin recursos (que paradoja¡), sin expectativas. En Europa occidental, en cambio, sobra de todo; porque los países ricos vivimos literalmente a costa de los pobres y esta asimetría es imprescindible para el mantenimiento de nuestro estatus. Una medida del impacto del hombre sobre el medio, la “huella ecológica”, traduce nuestras necesidades materiales, tanto para producir bienes, como para acoger los desechos generados en producirlos, en hectáreas. La huella ecológica europea es cinco veces la africana. Es decir, para mantener nuestro nivel de vida hemos de usurpar una gran parte de la superficie-huella ecológica que deberían usar los pobres del mundo para mejorar su situación vital. Y como el área del planeta es constante, somos ricos porque los otros son pobres y éstos no pueden dejar de serlo porque entonces habría que ampliar el planeta o habríamos de renunciar a una parte significativa de nuestro nivel de derroche. Antes lo primero, por supuesto.

La impresionante travesía en cayucos desde Senegal a las Canarias, con un elevado riesgo de perecer durante la misma, no puede ser consecuencia de “efecto llamada” alguno. Este fenómeno migratorio inevitable se debe al hambre y a la necesidad más básica y no es privativo de nuestro país, por lo que buscar una explicación tan falaz es un puro ejercicio de cinismo partidario. España, con una elevada tasa de crecimiento económico, superior a la de los países de su entorno, demanda mano de obra. Esto, junto con el descubrimiento de nuevas vías de llegada a nuestro territorio, por muy descabelladas que sean, impelen a los desheredados centroafricanos a buscar mejoras en sus muy precarias condiciones de vida (de las que somos cómplices, no lo olvidemos). Ante este desgarrador panorama, por favor, déjense de argumentos ridículos que tratan de convencernos de que comemos porque se anuncian alimentos en televisión.