(21-mayo-2008) Ángeles Herrera, la abuela de Mairena

Informa: Chema Cejudo

Nació en Teba (Málaga) el 2 de junio de 1907, por lo que dentro de poco cumplirá los 101 años. Ángeles Herrera Huerta, la abuela de Mairena del Alcor, llegó al pueblo en 1961, pero por el trato recibido y lo bien que se siente en él hace mucho que se considera una más entre sus naturales.

Mujer de vida sencilla y poco amiga de la calle, no es tan conocida en el pueblo como pudiera pensarse debido a este rasgo de su carácter. De hecho, Natalio, su difunto esposo hace ya más de 10 años, a duras penas conseguía sacarla con él de paseo, ante lo que en ocasiones se animaba por su cuenta para a su vuelta narrar a Ángeles la diversión a ver si la arrastraba para la próxima.

Ni el Ayuntamiento hace unos años consiguió sacarla de su casa en el barrio de El Cruce para homenajearla por su longevidad. A pesar de ello, no puede concluirse ni de lejos que sea mujer huraña o que viva de espaldas a la realidad. No le son ajenos ni su entorno inmediato ni la realidad social, que sigue desde la televisión y la prensa escrita, ya que goza del sentido de la vista en plenitud.

Al llegar a su casa la encontramos asomada al balcón escrutando la calle al calor del sol brillante y primaveral de Los Alcores. Todavía conserva la suficiente autonomía personal para bastarse por sí misma ante todas las cuestiones personales. Incluso la cama se hace. De Ángeles Herrera sorprenden su excelente salud y su buen humor, pues si algo le hace gracia, lo que ocurre con bastante frecuencia, jamás reprime su alegre e inocente carcajada, un concierto de cascabeles. Sobre el secreto de su excelente estado físico (apenas aquejado por alguna jaqueca) manifiesta desconocerlo, aunque lo relaciona con la ausencia de gula y los hábitos nutricionales saludables.

Tampoco le flaquea la ironía, inteligente arte en el que se explaya con Enrique, su hijo menor con el que vive junto a su esposa e hijos. Por ser el menor de seis hermanos, le hace un guiño de "pique" apelando a su fácil crianza por ser el menor de seis hijos. Luego, deja aflorar sus mejores y más sinceros sentimientos hacia él como declaración de amor materno: "Es el mejor mecánico del mundo, y nunca en mi vida me he separado de él; ni voy a hacerlo", sentencia.

Su memoria también es proverbial. Hija de un zapatero con una prole de 10 vástagos, aún conserva en sus recuerdos el aroma del vino que se hacía en su serrano pueblo natal, de pequeños vendimiadores, donde incluso su padre elaboraba el propio. "Cada año 100 arrobas del de mejor calidad, que luego vendía a 7 gordas el litro", evoca Ángeles. También rememora su paso por la escuela, a la que asistió al igual que sus hermanos. Donde, como era alumna brillante, doña María la maestra le encomendó tareas de auxilio descargando sobre ella la responsabilidad de una de las secciones en que tenía dividida la nutrida clase para prestarle mejor atención.

Allí estuvo hasta los 15 años, y a pesar de su brillante trayectoria jamás llegó a plantearse cursar estudios superiores "por la mentalidad de entonces", desvela. Luego, se empleó por dos años en una fábrica de medias de su pueblo, al que jamás ha vuelto desde que marchó en los años 30 para venir a trabajar junto su marido a la Dehesa Nueva, finca agrícola cercana al aeropuerto de San Pablo, desde donde recaló finalmente en Mairena. Aún retiene en su retina las escenas de las numerosas mujeres que confeccionaban tan delicadas prendas en las máquinas, por lo que cobraban 3 pesetas cada jornada si se hacían hasta 13 pares de medias, todo un capital para la época.

Tiempos duros como la guerra y la posguerra no afectaron particularmente a Ángeles, recluída junto a su prole en la finca rinconera plagada de peones y encargados maireneros donde trabajaba, a pesar de que Natalio se vio obligado a batallar en el frente del norte durante 19 meses. Por fortuna, finalmente retornó sano y salvo.

Así, entre recuerdos como la pequeña Mairena que conoció a su llegada, las comidas dominicales de más tierna infancia junto a sus padres y hermanos en Bobadilla, los viajes a Sevilla desde el aeropuerto en la furgoneta del correo o caminando para comprar en las nutridas tiendas del centro, entre otros muchos, Ángeles funde en su película vital su ayer de Málaga y el sevillano hoy; dos mundos que para Ángeles no resultan particularmente distintos ni en sus gentes ni costumbres. Como mayor felicidad de su escasamente ambiciosa existencia proclama la de mantener a todos sus hijos con vida y situados, concluye.