José
Prenda Marín
Catedrático de E.U. de Zoología de la Universidad de Huelva
Publicado en el DIARIO DE SEVILLA
De pequeños nos bañábamos en el río. A veces pescábamos, barbos, alguna boga. El fondo era de zahorra y las orillas estaban revestidas de vegetación impenetrable y misteriosa, llena de animales crípticos que emitían sonidos irrepetibles. Próximo al vado habían instalado un destartalado sombrajo donde a mediodía expendían bebidas y sardinas asadas. Aguas arriba estaban los charcones transparentes cubiertos de praderas de vegetación acuática, infinitamente profundos, decíamos. Y las sartenejas. ¡Cuidado con las sartenejas! Quien cae en una de ellas jamás vuelve a salir.
Mucho antes, a mediados del XIX, el doctor Steindachner, un joven naturalista vienés llega a Alcalá de Guadaíra. Fascinado por el exotismo del pueblo pesca bajo el puente romano, en un río casi idílico, jalonado de molinos moriscos, movidos por aguas cristalinas donde se bañan los niños a mediodía.
Hoy, qué decir... El río, corriente de agua, no existe; por lo del agua, claro, porque corriente si hay. Sí, corriente de un fluido grisáceo, espeso y maloliente, absolutamente poblado de vida... microscópica (ya se sabe, bacterias, virus, etc.). Pero no debemos perder la esperanza, se puede arreglar el río. Es probable que algún día se ponga en marcha el Programa Coordinado de Recuperación y Mejora del Guadaíra, que aparte de diferentes actuaciones sobre el patrimonio ambiental, cultural y arqueológico de la cuenca, contempla la depuración de las aguas residuales que son vertidas al río y posteriormente una rehabilitación ecológica del mismo, especialmente a partir de intervenciones en la vegetación de riberas y de la restauración y creación de azudes. Con ello se lograría tener un río limpio, con muchas láminas de agua casi permanentes, bosques de ribera y numerosos espacios públicos en sus aledaños.
Pero ¿sería éste el río de Steindachner, el de los baños de la infancia? Es evidente que no. Las condiciones actuales, ambientales y socioeconómicas, impiden una recuperación total del río, de su funcionamiento primitivo. Pero ello no significa tampoco que no se pueda rehabilitar siguiendo el canon de lo que debiera ser un ecosistema fluvial mediterráneo. La actual propuesta de recuperación (la que nunca llega) entiende el río como un espacio de uso público antes que como un sistema natural que cumple unas funciones ecológica y paisajística fundamentales en la cuenca. Son, pues, dos alternativas no necesariamente excluyentes: recuperación ecológica contra creación de áreas de esparcimiento humano en entornos acuáticos. En el marco de la vigente propuesta, pretender compatibilizar ambas parece difícil.
Un río con aguas de calidad aceptable, sin barreras que dificulten el libre tránsito de peces y otros organismos acuáticos, con riberas plenas de vegetación diversa se convertiría en un espacio natural de la máxima importancia en el humanizado paisaje del bajo Guadalquivir. Este río no necesita nada más para ser rehabilitado ecológicamente, para albergar una cuota significativa de biodiversidad.
Es imperativo rehabilitar el Guadaíra. La infamia actual no puede durar ni un solo día más. A pesar de que nuestros hijos y nietos puede que no se vuelvan a bañar en el río, aún es posible recuperarlo desde un punto de vista paisajístico y, sobre todo, devolverle una funcionalidad ecológica básica: la de servir de pasillo de vida, por donde pululen seres misteriosos que intriguen a los niños que se acerquen a sus orillas.