EL LAVADERO DE LA ATARJEA DEL PRIMER MOLINO
La realización de las obras de urbanización de la explanada conocida popularmente como "Los Mosquitos" debido a los que abundaban en las charcas formadas en el arroyo procedente de la Fuente Gorda y el colector de la población, ha permitido desenterrar buena parte de la atarjea del primer molino y los lavaderos que fueron soterrados en anteriores intervenciones.
Estado de los lavaderos
durante la fase de retirada de tierra. (20 Noviembre 2001)
La atarjea del primer molino
Los molinos de Mairena presentan largas atarjeas, algunas sostenidas por arcadas de medio punto, altísimos cubos, de hasta 7 m., y estructuras más recias y firmes, lo que las diferencia de los molinos de ribera típicos del Guadaira. Esta peculiaridad se da en función del terreno, aprovechando la corriente de agua para proporcionar la fuerza necesaria a los mecanismos motores del molino. Lo reducido del caudal y lo irregular de su flujo, obliga a buscar un mecanismo alternativo para forzar la presión del agua que mueve las piedras. Para ello se construye, a favor de la pendiente, una larga atarjea, que en algunos molinos alcanza los 100 m. de largo, que mantiene un pequeño desnivel inferior al natural de la ladera, ganado altura a medida que desciende la del terreno en pendiente. Esto permite elevar el agua varios metros sobre el nivel de base del molino al llegar sobre el cubo, multiplicando la fuerza de caída del chorro de agua que se precipita por el cubo, generando el impulso necesario para mover las piedras, que con la caída natural del agua no bastaría.
La atarjea está construida con tapial de argamasa y piedras, con muros de hasta 50, cm. de espesor. Se reforzaba exteriormente con ladrillos, formando un canal impermeable muy resistente a la acción de las plantas acuáticas y el "verdín" que tanto abundan en muros y pozos húmedos, que podían dañar al muro y filtrar el agua al exterior.
Las atarjeas de los molinos, especialmente la del primero de ello jugaron un importantísimo papel en la feria de Mairena. Sin ellas sería poco menos que inconcebible el abastecimiento de agua a los más de 50.000 animales que se concentraban en Mairena en aquellos días. Tan elevada cantidad de ganados precisaba abrevaderos amplios y con abundante agua dispuestos para los días de estancia. Las fuentes existentes en la villa no estaban acondicionadas para ellos debido a lo reducido de sus pilones. Los abrevaderos se instalaban en las atarjeas de los molinos de la ladera. En el canalón de la atarjea se represaba el agua con unos tablones. Un guarda se encargaba de la limpieza, reparación y colocación de los tablones y de vigilar el buen uso del abrevadero por los ganaderos.
Los lavaderos
quedan visibles tras desenterrarlos (30 Noviembre de 2001)
El origen y evolución del lavadero
La primera referencia que encontramos en la documentación municipal sobre el lavadero data de 1621. Se trata del pleito sostenido por Andrés Sánchez Porras y varios vecinos por haber construido el primero una cerca delante del estanco del agua de los molinos, impidiendo con ello el acceso de las mujeres a la atarjea del molino para lavar como lo habían hecho con anterioridad. Para evitar nuevos conflictos el cabildo decide construir una alberquilla donde puedan lavar los vecinos sin represar por ello el agua de la atarjea. Este es el origen de los lavaderos. Se nombró por diputados del cabildo para supervisar la construcción del lavadero a los regidores Diego de Paz y Hernando Domínguez Blázquez.
El lavadero ha sufrido varias reformas a lo largo de su existencia, siendo quizás la más importante la efectuada por el ayuntamiento a principios de siglo en las pilas y canales del lavadero, organizando las dos filas de pilas a ambos lados de un espacio central más bajo y unos canalones que distribuían el agua.
A estos lavaderos llega el agua de la Fuente Gorda por su propio pie por un canalón que desemboca en la atarjea del primer molino y de la Fuente de Alconchel a través de una mina construida por Francisco del Campo y Amat en 1780, constructor de los actuales molinos, para aumentar el caudal de agua que debía mover sus piedras.
En 1953 se reglamenta el uso del lavadero mediante una ordenanza fiscal reguladora de derechos y tasas para la prestación de servicios. Fue arrendado en 1954 a Ricardo Seda Sosa. A partir del año 1956 se aprecia una importante reducción del número de usuarias del lavadero debido a la red de abastecimiento de agua a domicilio, que se construye a lo largo de la década de los 50 y se considera completada en sus líneas básicas a principios de los 60. Conforme la red va extendiéndose por las calles de Mairena las vecinas dejan de acudir al lavadero. En 1969 un informe municipal señala que se encontraba prácticamente si uso y su estado de conservación era malo.
Otra vista de los
lavaderos
El lavadero público fue siempre de propiedad municipal y como tal aparece en el registro de bienes y propiedades del ayuntamiento, elaborado a mediados del s. XX. Lo sitúa en un espacio libre de la calle Jorge Bonsor, por el que tiene su entrada, lindando con las paredes traseras de varios corralones de la misma calle, los números 36 al 44, con la vereda de Marchena y con la Huerta Alunado, propiedad por entonces de DĒ Aurora Carballo Ocaña. En él se señala que su posesión data de tiempo inmemorial, haciendo referencia a su gran antigüedad. Se describe desde mediados del s. XX como un lavadero descubierto, con una extensión superficial aproximada de mil doscientos metros cuadrados.
Esta utilización supone un magnífico aprovechamiento de una de las condiciones naturales del agua almacenada en la capa freática de los Alcores sobre el que está asentada la villa y que explican, entre otros factores, la ubicación de la población. Los veneros erosionados por el agua en las calcarenitas forman auténticos ríos subterráneos que termina aflorando en forma de manantiales naturales por todo el reborde del alcor y nutren los pozos que todavía se conservan en Mairena. Estos son los famosos túneles de que tanto se ha hablado en Mairena. Si nos paramos a reflejarlos en un mapa, veremos que siguen fielmente los desniveles del terreno, convergiendo en Alconchel y la Fuente Gorda, manantiales que aíslan el alcor sobre el que se asienta el núcleo originario de la villa. Bien es cierto que el hombre, para explotar esta agua, ha realizado algunas obras de ingeniería hidráulica completando la labor de la naturaleza, reforzando el cubo de los pozos y la boca de estas galerías, para evitar hundimientos y aumentar su caudal; y, en ocasiones, ha construido minas para transportar por su pie el agua desde los manantiales, como hizo Francisco del Campo.
La relevancia social del lavadero
Tradicionalmente el lavado de prendas es una labor penosa, larga en duración y empleo de tiempo y dura por el esfuerzo que supone el traslado al lavadero con las cargas de ropa, el esfuerzo físico que requiere la actividad y el transporte de la ropa limpia y seca a la casa. En una época en que el agua corriente en las casas no se conoce, el lavadero es un centro imprescindible en la localidad. Precisamente cuando a fines de la década de los 50 de este siglo se completa al red de abastecimiento de agua potable a los domicilios y la red de alcantarillado el lavadero perderá su utilidad. La exigencia de agua limpia requiere un estructura ubicada cerca de la fuente para garantizar la pureza del agua, garantizar un abundante y regular aporte de agua y reducir las posibilidades de contaminación. La atarjea del primer molino reunía las condiciones más adecuadas.
El lavado suponía una actividad complementaria para la economía familiar. Las familias y vecinos como posibilidades económicas encargan el lavado de la ropa a vecinas con menos posibilidades. En una sociedad formada básicamente por jornaleros, que trabajan cuatro o cinco meses al año por condiciones del trabajo temporal, el aporte de la mujer o la hija de un ingreso extraordinario por lavar la ropa supone un importante complemento a la economía familiar. El lavadero era un lugar exclusivo de la mujer, un lugar donde encontrarse, charlar, intercambiar opiniones y comentarios, lejos de la intervención masculina.
Los hombres cuentan desde tiempo inmemorial de bastantes lugares de reunión al margen de la mujer. Las tabernas, centros de reunión, las hermandades, sindicatos, y los propios centros de trabajo reunían las condiciones adecuadas para la reunión masculina lejos de la mujer. Las mujeres no cuenta con este tipo de lugares. Tan sólo las visitas entre vecinas, las ocasiones de encuentro esporádicas durante la mañana, mezcladas por las faenas del hogar, en el marcado, etc. nos ofrece un centro de intercambio, de contacto, y a veces de consuelo, en una sociedad opresiva para la mujer. Esta oportunidad de comunicación y contacto supone un alivio, una ocasión única en la vida de la mujer. El lavadero es el "club" de la mujer.
La puesta el valor de estas instalaciones hidráulicas desenterradas, su conservación y protección, son un medio para mantener vivos en el recuerdo los valores tradicionales, las constantes de un modo de vida tradicional, desconocido para las nuevas generaciones, pero que constituyeron el "pan cotidiano" de las generaciones que forjaron la Mairena que hoy disfrutamos. Preservar su memoria es el mejor homenaje que podemos ofrecerles.