Recuerdo que hace
años leí un anuario de nuestro pueblo de principios del
siglo XX. En él se contabilizaban más de ochenta huertas
alrededor de su entonces pequeño núcleo poblacional. Referencia
que me hizo evocar la Mairena añorada de mi infancia encajada en
todo un gran vergel, en el que tortuosos y estrechos senderos lo troceaban
en pequeñas porciones. Con el tiempo, aquellas huertas fueron desapareciendo
en aras de un crecimiento desatinado e irracional a veces, pero, seguramente,
imprescindible en un pueblo a las puertas de Sevilla y en plena ebullición
urbanística.
Hace unos meses, en
una de mis habituales sesiones en la Hemeroteca sevillana, me topé
con un artículo muy bello ambientado en Los Alcores, que en su
última parte describía una jornada campestre en una huerta
idílica de nuestro pueblo. Por cierto, no he podido localizarla
exactamente ni en antiguos mapas topográficos, ni en fluidas conversaciones
con viejos hortelanos. Tal vez sustituyeron su nombre primitivo en algún
cambio de dueños, y ya no ha llegado a nosotros con su denominación
original. Pues bien, el artículo aludido se publicó en la
prensa sevillana allá por el año 1878, y tal como vio la
luz os lo quiero transcribir, sin más valoración o análisis
personal que lo pueda tergiversar. Sólo espero que éste
sea motivo de goce a todos sus lectores, como lo fue para mí al
descubrirlo.
"EL MIGUELETE"
Cuando se vive la
vida de las grandes capitales; cuando se está acostumbrado a su
atmósfera generalmente pesada e impura, que no solo debilita las
fuerzas físicas, sino que también agota las de la inteligencia;
cuando en el trato social de las grandes poblaciones a descubrir la miseria
disfrazándose con los harapos de la opulencia, el engaño
y la falsía, ya que no del vicio y el crimen, experiméntase
un bienestar indecible si las circunstancias nos brindan coyuntura para
pasar, aunque no sea más que un solo día, apartados del
movimiento caliginoso de los grandes centros respirando el puro ambiente
de los campos, que regenera nuestro ser, fortifica nuestro organismo y
alimenta nuestra inteligencia, con las múltiples revelaciones de
la naturaleza, cuyos fenómenos ofrecen, al par que grato recreo,
motivo bastante de detenido estudio y de abstracta contemplación.
Compréndase, pues, con cuánta satisfacción concurriríamos
a las seis de la mañana del domingo a la estación del ferrocarril
de Cádiz, para hacer una visita de recreo a la hacienda y huerta
de la Santísima Trinidad en el término de Mairena, donde
se contempla el naranjo más colosal que existe en estos contornos
y quizás en toda España.
En la estación encontramos reunidos a los representantes de los
periódicos El Español y El Porvenir, al jefe de ingenieros
de montes del distrito, señor Bravo, al señor Molino, ingeniero
industrial, en representación de la Junta de la agricultura de
la provincia; a los señores Ledesma y Pastor, individuos del ayuntamiento
y dueños de fincas colindantes, y a otros varios señores
que del propio modo que nosotros habían sido invitados por don
José Rodríguez de Trujillo y Malpica, dueño de la
citada huerta, para concurrir a admirar el naranjo que ha sido y sigue
siendo asombro de propios y extraños.
A las seis y media de la mañana próximamente, sonó
el silbato de la locomotora, arrancando el tren de la estación
y precipitándose en veloz carrera por campos cubiertos de verdura,
que manifestaban con su esplendor la presencia de la lozana primavera.
Antes de llegar a Alcalá, disfrutase de un panorama por demás
poético.
El río Guadaira deslizándose por su lecho bordado de flores,
en el fondo de un valle salpicado a pequeñas distancias de casitas
blancas, que se destacan graciosamente sobre el verde de los campos; en
la altura, dominando por completo la estación y cual atalaya aguerrida
que a pesar de sus años todavía no quiere ceder su papel
de avisado vigilante, dibujase los almenados torreones del castillo, retratando
en el azul del cielo los restos de otras épocas y otras costumbres
que ya pasaron, quedando tan solo de ellas su recuerdo. ¡Mágico
poder de la ciencia! Esta ruda fortaleza, espanto y terror un día
de las huestes agarenas como antes lo fue de los soldados de la cruz,
ve perforadas sus entrañas para dar paso a la civilización,
que no otra cosa es la locomotora atravesando aquel túnel subterráneo
oscuro y medroso, por donde circula la máquina lanzando agudos
sonidos cuyos ecos repiten las rocas, hasta salir nuevamente a la luz,
donde parece que se respira con mayor libertad tan luego como las tinieblas
han dejado de acongojar al espíritu.
Deslizase pues el tren por entre risueñas campiñas, llegándose
a Gandul, desde cuya estación se van las casas del pueblo destruidas
por completo, semejando aquel montón de informes ruinas los desastres
del huracán avasallador de la ideas, que asola y arrastra todo
cuanto a su paso encuentra refractario al impulso del movimiento y vida
que lo agita; su histórico castillo, único edificio que
se conserva bien en medio de tanta destrucción; la torre calada,
cárcel destinada a una hija de los antiguos señores feudales,
que por sus amoríos llegó a perder la razón, y por
último las lejanas sierras de Morón, forman el precioso
fondo de este interesante cuadro.
Desde Gandul a Mairena el terreno es más accidentado. Esta villa
que es muy bonita y notable por la limpieza de sus calles y la blancura
de sus casas, posee también su castillo feudal, porque en la Edad
Media el feudalismo había encontrado la fórmula de dividir
en tantos Estados como pueblos a la patria.
A poco más de tres kilómetros de la estación, en
un paraje que forma la vertiente de una cañada, encuéntrase
situada la hacienda y huerta de la Santísima Trinidad, magnífica
posesión que gracias a los sacrificios y a los constantes cuidados
de su actual propietario don Joaquín Rodríguez de Trujillo,
ha llegado a alcanzar el renombre que en la actualidad disfruta. Apenas
llegaron al caserío los convidados, fueron invitados galantemente
por el señor Rodríguez a tomar el desayuno, dedicando después
algunas horas a pasear por aquellas extensas alamedas, cubiertas completamente
por bóvedas de verde ramaje, formando tan tupido velo que el sol
no puede penetrarlo con sus rayos.
Más de cinco mil naranjos hay plantados en la extensa huerta, todos
robustos, sanos y verdes, regados con el agua que facilitan ocho norias,
algunas de ellas movidas por camellos(1), uno de
los animales domésticos más útiles para la industria,
porque a su extraordinaria fuerza reúne una gran sobriedad.
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Naranjo de Mairena. Foto años setenta |
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Después de las dos y media, se encaminaron los convidados al sitio
donde se levanta el magnífico naranjo llamado El Miguelete. Este
es un árbol que mide 24 varas(2) de alto por
60 de circunferencia; su tronco en la base tiene 3 varas y 2 3\4 en el
arranque de las ramas, dividiéndose en tres grandes grupos: el
primero se subdivide en doce ramas, el segundo en diez y el tercero en
tres. Es tan prodigiosa la fertilidad de este árbol que se le han
cogido algunos años cantidad de naranjas bastante para vender 23
cargas al precio de 15 pesetas cada una, o sea 1.380 reales. En el año
1.875, se le cogieron 17.220 naranjas, según acta notarial que
allí se leyó, y este año es probable, a juzgar por
su aspecto, que tenga muchas más.
El espectáculo que presenta este magnífico árbol,
no puede ser más encantador. Sus ramas cayendo hasta el suelo,
forman un cenador natural, a cuya sombra se colocó una mes capaz
para contener hasta cuarenta convidados y además los individuos
de la servidumbre, estando todos cercados por una cortina de espeso follaje,
por entre el cual se descubrían apiñados racimos del dorado
fruto, siendo el efecto de la luz al descomponerse y refractarse el más
fantástico y poético.
En este delicioso paraje, al abrigo del aire y resguardado de los rayos
del sol, se sirvió un suculento almuerzo con el que reinó
la mayor cordialidad y franqueza. Ya en los postres y cuando el espumoso
champagne comenzaba a circular, se presentó el eminente hombre
de estado don Domingo Ferreira, que a pesar de sus constantes y tenaces
padecimientos disfrutó de la general alegría, oyéndole
asegurar todos los presentes que el recuerdo de tan arrebatador paisaje
no llegaría jamás a borrarse de su mente.
Con efecto, es imposible formar una idea de que es El Miguelete, si antes
no se ha visto, ni mucho menos de la huerta de la Santísima Trinidad.
Por todas partes que se dirige la vista en aquella vasta extensión
de terreno, solo se descubre verdes árboles, lozanos y erguidos,
cargados de la dorada fruta y descollando sobre todos el Miguelete, que
cual altanero, levanta su cabeza como desafiando el furor de los tiempos
y demostrando su superioridad a los demás individuos de su especie
que le rodea.
El Miguelete con sus hojas y frutos es simulacro perfecto de un país
que crece y se desarrolla lozano y magnífico, cuando lo vivifica,
prestándole su calor, el sol de la libertad.
El día que pasaron los convidados en la huerta de la Trinidad fue
magnífico, siendo seguro que no se olvidará fácilmente
su recuerdo. Felicitamos sinceramente al señor Rodríguez
Trujillo, por la posesión de tan excelente finca y por ser además
una de las personas que en la provincia de Sevilla, se dedican con fe
y entusiasmo al fomento de la agricultura(3).
1.
Por este detalle descriptivo se puede pensar que la Huerta de la Santísima
Trinidad corresponde con la actual urbanización "Cerro de
los Camellos", en la carretera Mairena-Brenes
2. Vara: medida de longitud, equivalente a 836 mm.
3. Hemeroteca Municipal de Sevilla. La Andalucía, 19 de marzo de
1878.
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