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El
Campanillo |
Entrevista
a D. José Galocha Arias
En la historia de una hermandad siempre ha habido miembros de ellas que con su trabajo callado la hacen posible para todos los demás. Frecuentemente éstos quedan, con el paso de los años, olvidados. Nosotros queremos, sin embargo, que al menos algunas de las obras y vida de uno de nuestros hermanos si quede para siempre aquí reflejada. Se trata de Don José Galocha, que se afanó por nuestra Hermandad durante gran parte del siglo XX .
¿Desde cuándo perteneces a nuestra Hermandad, José?
Yo no recuerdo exactamente cuando me hicieron hermano de la Sacramental. Si sé que siendo niño me apuntó mi madre y desde entonces, y tengo 73 años, he participado y trabajado por la hermandad de muchas maneras. Creo que ahora seré de los cinco primeros hermanos. Pero tengo que decir que sería Don Enrique, nuestro actual párroco, algunos años después quien me orientó a entrar de lleno en la Sacramental, pues él, que fue mi director espiritual bastante tiempo y hombre muy "eucarístico", me hizo comprender que esta hermandad es el eje primordial de la parroquia.
También me acuerdo que antiguamente no era hermano cualquiera, sino que había que reunir unas condiciones, como ser presentado por un hermano y que el Cabildo te aceptara. Además, existía la costumbre en las familias de Mairena de apuntar al primer niño que naciera en la casa en la hermandad de la familia.
¿Cómo era la hermandad hace 40 o 50 años?
Era muy pobre, apenas si tenía enseres. Yo recuerdo que ya después de la guerra se tenía los viejos hachones, el guión, el estandarte, el palio y casi ya está. Eran tantas las necesidades que antes de Carnaval nos organizábamos por parejas. Siempre un hermano más antiguo con uno joven y salíamos a pedir por las calles. Yo, me acuerdo muy bien que un año salí con Pepe Rodríguez, tío de Pepe Marín Liaño. Íbamos con una manda y cuando llamábamos en las casas y preguntaban: ¿Quién es? Nosotros decíamos: "Limosna para el Santo Jubileo".
Ya después, cuando Rafael Carrión, era el hermano mayor se fue mejorando. Hasta consiguió que el estipendio que el Alcalde, que entonces era Don Agustín, recibía del Ayuntamiento fuese a la Sacramental para sus necesidades.
Una vez, que no había dinero ni para el Jubileo se organizó una rifa, y con lo que sacamos pudimos pagar los gastos.
En otra ocasión entre Antonio Isorna, Rafael y varios más compramos el sagrario actual, pues Don Enrique se encontró el viejo en una situación muy lamentable, incluso con hormigas, y entonces nos hicimos cargo de uno nuevo. Según recuerdo costó en aquel entonces unas 50.000 ptas.
Supongo, que los hermanos eran también pocos.
Bueno, había tan pocos que, en tiempo en el que era secretario Sebastián Sicardo, pusimos como costumbre dar una copita en los cabildos. Me parece que llevábamos dos cajones de cerveza, y a partir de entonces empezaron a venir algunos hermanos más a los cabildos. Yo recuerdo que habría unos 100 hermanos, y los que asistían a los cabildos, generalmente, eran menos de 15 o 20.
Al principio nos reuníamos en la Sala de la Colecturía, cerca del altar de San Pedro. Y cuando ya empezaron a venir más nos trasladamos a la Sala de la Sacramental, allí en el Patio de la Parroquia. Los cabildos siempre eran el día uno de enero.
Aunque, tengo que decir que esto de tener pocos hermanos pasaba en todas las hermandades. Yo también he sido mucho del Cristo de la Cárcel. Pues bien, allí se acordó tocar la campanita cada vez que hubiera Cabildo, pues bien casi cuarenta años me llevé tocando la campanita y no venía nadie.
¿Qué cargos ha tenido Vd. dentro de la hermandad?
Yo nunca tuve cargos específicos, pero siempre fui de la Junta de Gobierno y colaboré en todo, hasta prácticamente ayer, que ya por razones de salud no puedo. Casi hasta el año pasado he repartido los hachones, le daba las velas a las autoridades, le asignaba el palio a los hermanos, o repartía las varas y medallas. A todo esto tenía que dejar el coro, pues también he pertenecido a él mucho tiempo, para buscar a las gentes. Y tengo que decir que trabajo me costó más de una vez reunir personas para todo.
¿Han variado mucho los cultos?
Bueno, en lo más importante no, como en el Jubileo de Carnaval o en los actos del Jueves Santo. Pero otros han desaparecido, como la procesión del día de la Ascensión para llevar la comunión a los impedidos, o la salida del rebañito Niño Jesús, que por cierto lo creó en Mairena un cura, anterior a Don Enrique Pruqquer, que se llamaba Don Lorenzo. Aunque después empezó a salir en procesión el Niño Campanillo, como lo hace ahora.
También la hermandad, junto al Ayuntamiento, se encargaba de los actos del día de San Bartolomé.
¿Qué recuerda con nostalgia de aquellos años y que hoy haya desaparecido?
Recuerdo cuando se llevaba la Eucaristía a los enfermos a sus casas. Se daban tres toques de campanas, y al último acudían todos los hermanos que podían de la Hermandad y se organizaba el Viático por las calles para ir a casa de la persona enferma.
Dos hermanos portaban faroles y los demás los cirios. Cuando se llegaba a la casa del enfermo sólo entraban en la habitación de éste los acompañantes de los faroles y el sacerdote.
Las gentes que se cruzaban con la comitiva se arrodillaban y se quitaban el sombrero en señal de respeto. Cosa que también se hacía en la procesión del Corpus.
¿Cómo se hacían las procesiones?
Bueno, la del Corpus se sacaba la Custodia bajo palio. Hasta que entre los hermanos de la Sacramental y los jóvenes de la Acción Católica de entonces empezamos a hacerlo en una parihuela roja. Y tiempo después ya se hizo en el paso.
También durante unos años en la plaza se hacía una parada, y en el altar que se montaba, bien en la fachada que hoy es de la Caja del Monte o en medio de los arriates de la plaza, Don Enrique hacía una ceremonia y daba la bendición al pueblo.
Además, ¿habrás vivido muchas anécdotas?
Claro que sí, me acuerdo de una en Sevilla. Fue en el primer intento por crear el Consejo de Hermandades y Cofradías, asistimos a esa reunión Rafael por la Hermandad del Cristo, Julián de Galo por la de Jesús y yo por la Sacramental. Al principio no había más de 50 personas, pero a la hora del aperitivo, en al Alcázar por cierto, aparecieron más de 300.
Sabemos que además has desarrollado una intensa labor en la parroquia.
Eso creo, muchos años fui de la Acción Católica con Don Enrique, del coro como ya he dicho, del grupo de Adoración Nocturna, también asistí a los Cursillos de Cristiandad. Además, ya hace menos años, fui catequista de grupos de perseverancia y más tarde de confirmación.
José, ¿siempre has encontrado en Jesús Sacramentado un gran consuelo?
Si, y tal vez sea porque he tenido la suerte de vivir episodios en mi vida en los que he notado su presencia. El primero de ellos fue que siendo muy niño y yendo un día en un volquete entre dos bidones de aceite hacia Carmona, tropezó la mula y después de la consiguiente caída la gente que me socorrieron creyeron que estaba muerto. Me llevaron a la casa de Don José Sarmiento, el antiguo médico de la calle de la Iglesia, que pronto certificó que nada me había pasado. Se dio la circunstancia que mi madre, al principio, no aparecía, pues a ese mismo tiempo del accidente estaba rezando en el sagrario. Ella ni mi familia nunca olvidó esta coincidencia.
El segundo caso que viene al hilo de esto me sucedió cuando estaba aquí de cura Don Gabriel. Fuimos a San Juan para hacer los cursillos de cristiandad, allí nos organizábamos por equipo de apóstoles, yo pertenecía al de San Pedro. Pues bien, uno de los participantes de otro de los equipos manifestó por la mañana que tenía un grave problema matrimonial, todos rezamos, cara a cara, a Jesús expuesto en el altar por la solución a este conflicto. Cual no sería nuestra satisfacción cuando, ya por la noche, llegó la noticia que el problema se había resuelto. Una gran alegría nos embargó a todos.
¿Qué dirías para despedirte?
Me gustaría hacerlo leyendo un párrafo del nuevo Catecismo, que yo considero esencial que todos los hermanos de la Sacramental conozcan y practiquen, dice: "Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo nuestro Señor".
LA REDACCIÓN