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El
Campanillo |
UN POCO DE FRESCURA EVANGÉLICA. José Morales Carmona
Nosotros sabemos
que hemos pasado de la
muerte a la vida,
porque amamos a los hermanos.
El que no ama permanece
en la muerte (1Jn 3,14)
A veces me gusta leer de corrido alguno de los cuatro evangelios. Y hay algo que me llama la atención. Jesús no pretende ser el maestro que desvela a sus discípulos los secretos de la naturaleza o las causas de las enfermedades y sus remedios o las leyes que rigen el progreso técnico y la historia humana... No enseñó ni matemáticas, ni geografía, ni ciencias de la naturaleza... Él era consciente de que el Padre confiaba todo esto al estudio y trabajo de cada época histórica.
Tampoco vemos a Jesús excesivamente preocupado por exponer con orden y precisión las ideas que integran su mensaje. Más que explicar teóricamente quién era Dios, nos desveló su comportamiento y, sobre todo, lo practicó. Ni siquiera se empeñó en que sus discípulos aprendieran y comprendieran perfectamente sus enseñanzas. En realidad se marchó sin haber conseguido que entendiera bien su misión. Hasta el final estuvieron creyendo que Él iba a restaurar el reino político de David.
Peri sí hubo algo que les caló muy hondo a los discípulos y que ellos entendieron muy bien: Jesús les amaba entrañablemente y ellos debían amarse del mismo modo unos a otros. Y había otra cosa que ellos, con todas sus limitaciones y debilidades humanas, también hicieron: Amar intensamente a Jesús y unirse estrechamente en torno a Él.
Jesús se dedicó preferentemente a iniciar a un pequeño grupo de personas en una sencilla y a la vez grandiosa experiencia de amor, que les marcó tan profundamente que a partir de ahí dedicaron toda su vida a vivirla y a difundirla a su alrededor. Después, el Espíritu de Pentecostés hizo lo demás: fue como un fuego que les dio calor y los purificó, con una fuerza que los transformó convirtiéndolos en testigos de Jesús en medio de un mundo hostil, como una luz que les vino de lo "alto". Y les hizo recordar, penetrando hasta el fondo, las enseñanzas del Maestro.
Pero primero fue la experiencia real de amor vivida junto a Jesús. Porque, para entender y comprender, primero hay que amar y porque hay cosas –quizás las más importantes- que no se ven bien más que con el corazón. Amar a Dios y amar a los hermanos, que son todos los hombres y mujeres concretos, especialmente aquellos que más lo necesitan. Después Dios se encarga de que entendamos lo suficiente.
La iglesia de Jesús es el fruto de esta experiencia de amor; de ahí nació y ahí están sus raíces más profundas. Y por eso, desde el comienzo, su vivir se manifiesta y centra en unas actividades tremendamente sencillas, pero que están llenas de vida y la contagian.
El amor se expresa, celebra y vive en una sencilla Comida Fraternal, en la que confiesan la presencia del Señor Resucitado en medio de ellos y recuerdan cómo en su despedida Él, tomando un pan en sus manos, les dijo: Esta es mi vida que se rompe como un pan para dar vida a todos.
El Amor se convierte en la norma central de conducta gracia al Mandamiento Nuevo que Jesús les ha dejado. Saben que el Maestro ha reducido los más de seiscientos mandamientos de la ley antigua a uno solo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Por el amor que os tengáis los unos a los otros conocerán todos que sois discípulos míos".
Los primeros discípulos son conscientes de que el Mandamiento Nuevo les da unos ojos nuevos para ver a Cristo en los demás, especialmente en los más pobres, y un corazón nuevo para amarlos entrañablemente. Y, como al que ama de verdad todo le parece poco para compartirlo con aquellos a quienes ama, entre ellos no hay pobres porque el amor les ha llevado a compartir los bienes.
Con esta su manera de entender la vida y vivir los discípulos daban que hablar, levantaban a su alrededor un rumor, que llevaba a otros a descubrir que en Jesús de Nazaret y en su Evangelio Dios les ofrecía la salvación.
¿No habremos complicado los cristianos a lo largo de estos dos mil años demasiado las cosas que Jesús anunció con tanta sencillez, pero con una enorme fuerza? ¿Le habremos añadido a Jesús y a su Evangelio tantas cosas, que ya nos resulta difícil, a nosotros y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, volver a sentir y experimentar la frescura y sencillez que hay en la vida y el mensaje del Nazareno y todo nos resulta muy complicado? ¿No tendríamos que aprender a leer de nuevo el Evangelio y a experimentar cómo en él Jesús nos sale al encuentro como fuente de esa vida nueva, plenamente humana, que hoy tanto añoramos? ¿No estará haciendo falta en nuestra Iglesia un poco de frescura evangélica?.