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El
Campanillo |
JUVENTUD COSTALERA. Ramón Madroñal Navarro
Cuando aún evocamos momentos de la pasión, nos encontramos en junio, y a las puertas del día grande del Santísimo Sacramento. De nuevo, decenas de jóvenes se unen a los que pasaron su juventud bajo las trabajaderas de nuestros pasos.
Ya, desde el primer contacto con el capataz, el costalero empieza a notar ese sentimiento de vísperas de un momento que vendrá y se irá con la misma facilidad que llegó. A pesar de todo, él sabe que pondrá todo su amor y respeto en esos instantes en el que pasea a su Niño Campanillo, a su Virgen del Rosario o a la culminación de todo costalero cristiano, llevar sobre sí mismo al mismo Jesús, al mismo Dios.
Pregúntenle a cualquier chiquillo que se mete por primera vez en el paso del Campanillo (como le solemos llamar por Mairena). Es una ilusión que no te deja dormir; a la hora de ensayar todos llegan a su hora (aunque cuando uno se hace mayor, no nos damos prisa para ir a los ensayos); se aprovecha cada chicotá, disfrutando cada movimiento del paso, etc.. La verdad, es difícil explicar esos sentimientos que algunos anhelamos.
Y que decir de esos jóvenes que ponen todo su cariño y mimo en pasear a su Madre por nuestras calles, van disfrutando de cada marcha, que es oración elevada al cielo... ¡Duro con Ella valiente!
Ahora bien, si todos estos costaleros ponen tanto amor, cuanto pondrán estos hombres que llevan de su mano al Buen Pastor, y nos dignamos a pasearlo por nuestras calles y plazas; Él nos bendice y nos llama a cada uno de nosotros a ser verdaderos testigos de su Resurrección. Por eso, sigue sus pasos, confía en Él... ¡COSTALEROS!