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El Campanillo
Hermandad Sacramental

Edición Digital 2003

Una Medalla del Cristo. Francisco López Pérez.

Entre los objetivos aparentemente inútiles que conservo con interés especial, algunos constituyen el soporte material de la intangible tradición oral que me han legado mis mayores. Representan la documentación histórica de una identidad personal. No faltan los que conectan mi presente alcalareño con las profundas raíces maireneras de mi familia que todavía permanecen vivas. Entre otros, podría referirme al plato de gazpacho de la barrería del Maestro Alcalá, marcado con una M y una A; la copa que el tres del diez de 1.946 ganó Manolo Pancilla, mi padre, en un concurso de cante por seguirillas, soleares y martinetes, cuyo jurado presidió el “Niño Rafael”; y la medalla del Cristo de la Cárcel de Joaquina Peña, mi bisabuela materna.

Joaquina Peña, esposa de José Peñasco el guarda de Gandul y madre de Álvaro el de las gallinas, aunque era mairenera de nacimiento, se crió en la huerta de Marchenilla, vivió en el castillo de Marchenilla y murió en el molino Nuevo de aquella misma rivera, tan estrechamente vinculada a Mairena por haberse mantenida en la órbita de Gandul hasta fechas recientes. A pesar de todo, la bisabuela nunca perdió el Norte de su lugar de procedencia.

Mi madre, su nieta, la acompañaba siempre en los desplazamientos a la casa de tío Álvaro, que se había quedado con la casa paterna de la calle Flato, a la procesión del Santísimo Cristo de la Cárcel o a visitar a sus amigas, las Retaminas del teléfono.

Como muchos años el dieciocho de marzo ya estaban los pasos de la Semana Santa en la Iglesia Mayor, la anciana se detenía a rezar ante el Señor de la Humildad por quien sentía una gran devoción, y la nieta siempre le hacía la misma pregunta:
- Mamá, ¿qué le pasa al Señor que tiene la mano en la mejilla?.
- Es que se ha clavado una espina -le respondía-. Cállate la boquita y rézale.
Pero Joaquina Peña, durante toda su vida, llevó oculto a la vista de cualquier curioso su verdadera seña de identidad mairenera, ampliamente compartida con sus vecinos: familias enteras de molineros de Marchenilla (los de Monte, los de Antoñito Caramelo, los de Sebastiana Vinagre, los de Mendán... ), originarios de Mairena del Alcor como ella.
La abuela Joaquina llevó siempre la medalla del Cristo de la Cárcel prendida de un imperdible al interior del monillo, muy pegada a la piel de su pecho. Quiso que el Señor de Mairena guardara su corazón de los odios, rencores y resentimientos para que nunca se torcieran sus afectos por pensamientos malos. EL Cristo bendijo la leche que le dio a beber a sus hijos.
Después de toda una vida alentando el corazón sencillo de una mairenera-gandulera, la medalla de plata presenta una efigie muy gastada, como las de las monedas que han pasado por muchas manos. Tal vez ella la heredó como expresión de amor de otro pecho mairenero. Pero Joaquina, al entregarle la modesta herencia a su nieta, le había producido una huella indeleble a la plata antigua. Se contaba en casa que, durante la época en que amamantaba a los pequeños, le salían grietas en la piel. La pomada de la botica que solía ponerse para curarse, manchó para siempre el metal. Después de morir mi madre, la medalla ha venido a mis manos, envejecida, con unas manchas que sólo yo sabía su origen, hasta este momento en que estoy disfrutando poniéndolo en conocimiento del lector mairenero, que sabrá apreciar lo que vale esta reliquia del Cristo de la Cárcel que tengo ahora mismo ante mis ojos, mientras dirijo al Señor una oración por Mairena y por los maireneros, incluidos los que tenemos nuestra identidad compartida con otras poblaciones vecinas.
Dejaremos para otra ocasión mis viajes a Mairena, en tren o andando, por los callejones, acompañando a tía Rosario Pancilla, mi querida Rosario, para pasar el día del Cristo en nuestra casa de la Plazoleta.