Entre los objetivos
aparentemente inútiles que conservo con interés especial,
algunos constituyen el soporte material de la intangible tradición
oral que me han legado mis mayores. Representan la documentación
histórica de una identidad personal. No faltan los que conectan
mi presente alcalareño con las profundas raíces maireneras
de mi familia que todavía permanecen vivas. Entre otros, podría
referirme al plato de gazpacho de la barrería del Maestro Alcalá,
marcado con una M y una A; la copa que el tres del diez de 1.946 ganó
Manolo Pancilla, mi padre, en un concurso de cante por seguirillas, soleares
y martinetes, cuyo jurado presidió el Niño Rafael;
y la medalla del Cristo de la Cárcel de Joaquina Peña, mi
bisabuela materna.
Joaquina Peña,
esposa de José Peñasco el guarda de Gandul y madre de Álvaro
el de las gallinas, aunque era mairenera de nacimiento, se crió
en la huerta de Marchenilla, vivió en el castillo de Marchenilla
y murió en el molino Nuevo de aquella misma rivera, tan estrechamente
vinculada a Mairena por haberse mantenida en la órbita de Gandul
hasta fechas recientes. A pesar de todo, la bisabuela nunca perdió
el Norte de su lugar de procedencia.
Mi madre, su nieta, la acompañaba siempre en los desplazamientos
a la casa de tío Álvaro, que se había quedado con
la casa paterna de la calle Flato, a la procesión del Santísimo
Cristo de la Cárcel o a visitar a sus amigas, las Retaminas del
teléfono.
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