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El
Campanillo |
Palabras
del Cardenal
No pocas veces tenemos que celebrar la Eucaristía en un contexto lleno de problemas y contradicciones que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Parece como si no hubiera sitio para los débiles y para los pobres. Pero, si es el cristiano quien vive la Eucaristía, y ha de ser identificado como discípulo de Cristo por la práctica del amor fraterno, no puede caber la menor duda acerca de la exigencia social de la Eucaristía, pues la caridad está en lo más profundo y esencial del misterio que se celebra, pues Cristo fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación.
Sentarse con Cristo en una mesa de tanto amor, es urgencia para salir al encuentro de la humanidad entera y colocar en la mesa de todos los hombres, particularmente en la de aquellos en la que falte el alimento de la justicia, de la dignidad, del trabajo o del pan de cada día, un amor en tal forma eficaz que haga resplandecer allí la presencia de Cristo.
Juan Pablo II nos ha recordado que quien se acerca a la Eucaristía no puede quedar indiferente ante el clamor de los pobres. Anunciar la muerte del Señor "hasta que venga", comporta, para los que participan en la Eucaristía, el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo "eucarística". Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana.
Carlos
Amigo Vallejo
Cardenal Arzobispo de Sevilla