Corpus
Christi: Día de la Caridad. Mensaje
de los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
En la solemnidad del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad,
renovando, en el mismo acto de la adoración eucarística, nuestro
compromiso por los más necesitados. El Día de la Caridad es una
llamada a acordarnos de tantas personas que sufren carencias materiales y espirituales;
a que vayamos creciendo en desprendimiento, en sentido de la justicia y en conciencia
solidaria; a que seamos generosos en compartir y en la práctica de la
caridad evangélica; a colaborar con la Iglesia, que desea amar y servir
a los más pobres, incorporándonos a nuestras Cáritas parroquiales.
Los jóvenes, de una manera especial, están llamados a desarrollar
estas actitudes básicas en la formación de su personalidad, y
a ser los constructores de una cultura y sociedad nuevas, que estén animadas
por esos valores. Si las relaciones humanas se van impregnando de gratitud,
se creará una cultura de gratuidad, en la que prevalezca la relación
personal sobre la relación económica, el don sobre la deuda, el
servicio sobre el comercio.
Si vamos creciendo en acoger, compartir y aceptar, irá surgiendo una
cultura de comunión. La Iglesias está llamada a ser la casa
y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos
ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio
de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.
Es éste un deseo que conecta con los signos de los tiempos, los cuáles
parecen orientarse decididamente hacia una mayor solidaridad y una mayor unidad.
El cristiano tiene motivaciones más fuertes para aceptar al otro, sea
quien sea. Jesús nos ha enseñado que todos los pequeños
y desvalidos son signos vivos y dolientes de su presencia. SI aceptamos a un
pobre desvalido, será Cristo mismo quien nos diga: Gracias por aceptarme.
Una cultura de comunión es una meta difícil de conseguir. Por
eso invitamos a todos, y particularmente a los jóvenes, a que colaboren
en ello. Son muchas las etapas que hay que recorrer, como el respeto y la tolerancia,
la acogida y la aceptación, el diálogo y la comunicación,
la solidaridad y la ayuda mutua, la intima común-unión. Necesitamos
la gracia y la acción del Espíritu de Dios para ello. De esta
comunión, la comunión eucarística también es signo,
instrumento y plenitud.
En la acogida y la comunión, vosotros los jóvenes nos merecéis
una preferencia especial. Somos conscientes de que todos los temas culturales
y sociales repercuten con fuerza en vosotros. Sois una sensible caja de resonancia,
para bien y para mal. Podéis caer en el consumismo o en el fanatismo,
pero también sois capaces de liderar movimientos a favor de la justicia
y de la solidaridad. En vuestras manos y en vuestro corazón está
el darle a este siglo, que acaba de comenzar, un rostro humano, en paz y en
fraternidad, en justicia y libertad verdaderas.
En este día del Corpus Christi y de la Caridad evocamos aquella escena
evangélica de la multiplicación de los panes. No quería
Jesús que marchasen sin comer tantos miles que le seguían. Para
ello buscó la generosidad y desprendimiento de un joven: Aquí
hay un muchacho con cinco panes y dos peces. Y con aquella ofrenda, pequeña
pero total, hizo el milagro de alimentar a la multitud y de que no desfallecieran
por el camino. Más tarde, recurrió a este signo llamativo para
explicar: Yo soy el Pan de la Vida, el que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna.
También hoy, queridos jóvenes, Cristo os pide vuestra generosidad
y corazón. Sus manos divinas van a multiplicar la acogida que prestáis
a los necesitados y el bien que vosotros hacéis. Esa vuestra ofrenda
será, ante los demás, un signo y un testimonio vivo de la entrega
que hizo Jesús para salvación de la Humanidad. Cuando participáis
en la Comunión y cuando oráis y adoráis a Cristo en la
Eucaristía, estáis recurriendo a la fuente de energía más
viva para amar y servir al hermano necesitado, en el que también Cristo
se hace presente y se deja ayudar. En este mismo sentido, el Papa ha dicho:
En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos,
asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y
escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de
la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón.
Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía.
Tratad asiduamente con el Señor en ese corazón con corazón
que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis
nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la
paz al mundo. Muchas son las personas heridas por la vida, excluidas del desarrollo
económico, sin un techo, una familia o un trabajo; muchas se pierden
tras falsas ilusiones o han abandonado toda esperanza.