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El
Campanillo |
LA
ÚLTIMA CENA DE JESÚS. José
Manuel Romero Acosta
El cuarto evangelio, a diferencia
de los demás, no narra la última cena. Sin embargo, todo lo que
se cuenta en el capítulo trece de San Juan, están enmarcado en
este ambiente.
Que Jesús lave los pies a sus discípulos en sí mismo un
acontecimiento relevante, sobre todo si se tiene en cuenta cuando lo realiza:
ante de la Pascua judía, en vísperas de su muerte. De esta forma
el evangelista deja claro que los acontecimientos no se imponen, sino que hay
una opción existencial, que lleva a Jesús a asumir todo el camino
recorrido y todo lo que falta por llegar.
Jesús no realiza el lavatorio al principio de la cena, sino que en medio
de ella se quita el manto (la vestidura del respeto y del maestro) y se queda
sólo con la túnica (el atuendo propio de los siervos), y comienza
a realizar este servicio.
Los discípulos observando sin comprender, no entienden como el Maestro,
el Señor, se transforma en siervo, en un esclavo, en el que humildemente
se ponme a servir.
Este servicio recibido de Jesús, implica a todos los presentes, porque
supone un cambio en la imagen que tenían del maestro, pero sobre todo
porque saben que aceptar este gesto exige de ellos repetirlo, exige cambiar
la imagen del Mesías triunfante, exige cambiar de mentalidad.
Porque el lavatorio de los pies es una parábola en acción, una
lección de amor en forma de servicio, es la expresión de todo
lo que da sentido a la vida de Jesús; que la vida no está en el
prestigio ni en el poder, sino en el servicio.
El contenido del gesto de Jesús es la expresión de la vida entregada
al servicio de los otros. En la cena dejó resumido el núcleo de
lo que habrán de vivir los discípulos: el amor servicial.
Por eso desde ahora estamos llamados a actualizar, a hacer presente esto entre
nosotros, porque el lavatorio, junto con el pan y el vino son partes del mismo
acontecimiento que realizó Jesús, convirtiéndose este gesto
en sacramento de vida y de salvación. Por este motivo la actualización
del sacramento de la eucaristía, lleva unida de forma indisoluble la
opción de lavar los pies, del servicio.
Ante la posibilidad y el peligro de diluir el amor cristiano y la fuerza del
Evangelio en algo abstracto o algo intimista, este texto de San Juan nos expone
con claridad y realismo lo que es el amor: es el servicio hasta dar la vida
por los demás. Por eso una comunidad cristiana que no se pone al servicio
real de los demás, que no se da, que no se entrega, difícilmente
puede reflejar y testimoniar su identidad cristiana, porque el servicio fraterno
es la ley que constituye la comunidad, entre nosotros y el mundo.