LA
EUCARISTÍA, MISTERIO DE FE Y DE AMOR: D. Antonio Dorado Soto.Obispo de
Málaga
En la fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el "Corpus Christi",
os invito a meditar el núcleo más profundo de este misterio de fe
y de amor. Enseña el Concilio Vaticano II que la Eucaristía, la
celebración de la Santa Misa, es el centro de la vida de fe, "la principal
manifestación de la Iglesia" (SC 41), la "fuente y la cumbre
de la vida cristiana" (LG 11) y "de la evangelización",
porque "comunica la caridad, que es el ama de todo apostolado (LG 33).
En fechas aún reciente, el llorado Juan Pablo II insistía al Pueblo
de Dios que "todo compromiso de santidad, toda acción orientada a
realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de los
planes pastorales han de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria
y se han de ordenar a él como a su cumbre" (EDE 60), porque es origen
y meta de fe y de las tareas apostólicas.
Estas afirmaciones constituyen una enseñanza de la Iglesia a la vez tradicional
y siempre nueva. Por eso os animo a profundizar en ellas. Los evangelistas relatan
la Última Cena como la expresión mayor de la libertad infinita y
del amor de Jesucristo al hombre; un amor que se manifiesta en el acto provocador
de lavar los pies a los suyos; que le lleva a entregar místicamente la
propia vida con entera libertad antes de que llegue la crucifixión; y que
sustenta el mandamiento nuevo que debe distinguir a sus seguidores, el mandamiento
incondicional a Dios y al hombre.
Su sustitución en vísperas de la muerte del Señor es el instante
en el que el amor de Dios alcanza tal profundidad, que lleva al evangelista San
Juan a escribir: "sabiendo Jesús que había llegado su hora
de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1). Porque, en la Eucaristía,
Jesús anticipa libremente su entrega, el don de sí mismo con todo
cuanto es y cuanto tiene. Así lo recordamos cada vez que celebramos la
Santa Misa, al proclamar el sacerdote: "Tomad todos de él, porque
esto es mi cuerpo", "porque éste es el cáliz de mi sangre".
El Hijo Unigénito de Dios da su vida, hasta la última gota de su
sangre, por nosotros. Y a continuación repite: "Haced esto en memoria
mía". Es decir, que amemos a los demás con sentimientos y obras,
hasta dar por ellos la vida, es preciso.
En lugar de alejarnos de la realidad diaria, con todas sus alegrías y problemas,
la celebración devota y fiel de la Santa Misa reaviva nuestra fe y enriquece
nuestro amor a Dios y al hombre. Sólo ella puede sostener nuestra fidelidad
a Dios; una fidelidad que se pone de manifiesto en el amor incondicional a todos,
en el compromiso difícil por un mundo más humano y en el trabajo
incesante por la justicia y la paz.
La fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor y la procesión por
las calles y las plazas de nuestras ciudades y pueblos tiene que convertirse en
una nueva ocasión para contemplar la grandeza del amor de Dios al hombre
y para reavivar ese compromiso de servicio y de amor a todos, que nos ha dejado
Jesucristo como su última voluntad.