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El Campanillo
Hermandad Sacramental

Edición Digital 2008

LA CAÑA DE BAMBÚ

José Morales Carmona
"Yo he venido para que todos tengan vida
y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)

Los hombres y mujeres de hoy, rodeados por todas partes de una cultura de la imagen, sentimos una cierta desconfianza y rechazo ante los lenguajes conceptuales y abstractos; nos producen cansancio y nos cuesta trabajo entenderlos, porque están alejados de la realidad de la vida cotidiana y no nos empujan a vivir. Nos gusta más el lenguaje narrativo y concreto, porque refleja lo que ocurre en la vida de cada día y nos invita a la acción.

El Jesús que nos muestran los evangelios -sobre todo los sinópticos- emplea en su enseñanza al pueblo un lenguaje narrativo (parábolas): cuenta historias, que reflejan la vida que sus oyentes viven todos los días y que invitan a vivir y actuar de una manera determinada. Jesús no da una definición teórica de Dios, pero sí cuenta a sus paisanos que Dios actúa con los hombres como un padre que tiene dos hijos y uno se le va de casa…, o como un pastor que tiene cien ovejas y se le extravía una… (Lc 15). Jesús tampoco ofrece a sus paisanos grandes lecciones de moral ni los atiborra con un montón de normas sobre cómo hay que comportarse con los demás, sino que les cuenta la historia de un samaritano bueno y les invita a hacer otro tanto (Lc 10, 25-35).

En nuestra Iglesia existe hoy una fuerte tendencia a recuperar ese lenguaje narrativo, que nos acerca tanto al evangelio y a la gente sencilla del pueblo. Cada día va siendo más frecuente encontrar, en las catequesis y en los libros dirigidos al pueblo, pequeños relatos e historias, que, como las parábolas del evangelio, presentan de modo concreto, fácilmente comprensible y vivencial, el mensaje de Jesús, acercándolo a la vida y el corazón. Como muestra concreta de lo que quiero decir, me gustaría ofrecer a los amigos y amigas de El Campanillo una parábola actual, que encontré hace algún tiempo, no recuerdo dónde, y que nos recuerda la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8)

"Había una vez una caña de bambú, que estaba bien tiesa y flexible, en medio de sus hermanas cañas de bambú. Y vino Dios un día y le dijo: "Te necesito".Y la caña dijo a Dios: "Aquí me tienes, Señor, ¿qué deseas de mí?"
Y Dios le dijo: "Para que puedas serme útil, voy a tener que quitarte las hojas y las ramas".
Y el bambú se puso triste. Pero le dijo a Dios: "Si sólo así puedo servirte, corta mis hojas y mis ramas. Aquí me tienes, Señor".
Y Dios le quitó las hojas y las ramas a la caña de bambú. Y luego dijo Dios: "Para que puedas servirme, voy a tener que cortarte".

La caña de bambú se echó a temblar. Pero al final le dijo a Dios: "Aquí me tienes, Señor. Haz de mí lo que quieras".
Y Dios cortó la caña de bambú. Después todavía añadió: "Mi querida caña, aún así todavía no puedes servirme de nada. Necesito vaciarte..."

La caña de bambú sintió cerca la muerte. Pero, a pesar de todo, se ofreció al Señor: "Aquí me tienes, Señor. Haz con mi vida lo que necesites".
Y Dios vació la caña de bambú. La llevó a una acequia cercana y la colocó en la orilla, inclinada hacia una tierra que, un poco más allá, se encontraba reseca y medio muerta.

El agua de la acequia se deslizó por la caña vacía y llegó hasta la tierra sedienta. La caña, que parecía seca y medio muerta al vaciarse, lucía ahora, húmeda y brillante, reconfortada por el agua de la acequia y por el nuevo césped que empezaba a brotar en la tierra antes reseca y ahora viva".

Tanto en la sociedad en que vivió Jesús como en la nuestra, la situación de muchos hombres y mujeres y de muchos pueblos empobrecidos y excluidos se parece bastante a esa tierra reseca y casi sin vida, que necesita para tener una vida plenamente humana de un amor, un desprendimiento, una generosidad y una entrega tan grande como la que nos sugiere el comportamiento de la caña de bambú.

En cada Eucaristía los cristianos celebramos, con gratitud y alegría, la entrega generosa, el desprendimiento y despojo total, que Jesús fue viviendo a lo largo de toda su vida y que culmina en la cruz y en la resurrección, para dar vida a toda la humanidad, pero especialmente a los pobres. Y esto fue posible, porque Jesús mantuvo siempre en sintonía su vida con el corazón misericordioso y compasivo del Padre, que envía a su Hijo al mundo para que tengamos vida y la tengamos en plenitud.

¡Ojalá que nuestra comunidad cristiana y cuantos la formamos saliéramos de cada Eucaristía dispuestos a ser cada día un poco más como la caña de bambú en manos de Dios, para promover una vida verdaderamente humana en esa tierra "reseca y medio muerta", que en tantos lugares de nuestro mundo es la situación de muchos hombres y mujeres, de pueblos enteros!