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CUARESMA
DE 2003
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EL
MUÑIDOR
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BOLETÍN
Nº 15
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PROPÓSITO DE ENMIENDA
La blancura tentadora de
una hoja de papel. La cándida impericia de unas manos de niño.
La anhelada primera caja de lápices de colores. Una elección entre
los doce: el morado. Un garabato con pretensiones de número. Tres cifras
de polvo de grafito. Un número común. Un simple número.
Apenas tomó vida, el número entró a formar parte de un
conjunto, un gran conjunto con multitud de números, cada uno dibujado
por manos distintas, cada uno de diferente material y, sin embargo, todos hijos
de los mismos padres, todos hermanos. Una familia numerosa.
Pasó el tiempo por mi número, se fueron difuminando sus trazos
y amarilleó el papel que le servía de soporte, se forjó
su carácter, pero su situación dentro del conjunto apenas cambió.
Seguía en la periferia, justo al lado de la pared del diagrama, más
preocupado por el mundo exterior que de la vida interna del conjunto. La relación
con los demás números era casi nula, nunca ayudaba en las labores
de su casa (delegaba este trabajo en los números que formaban parte del
núcleo del conjunto, los números principales, que eran elegidos
periódicamente de entre todos los números) y prestaba poca atención
a sus padres, a los que solo visitaba en contadas ocasiones. Un mal número.
Pero llegó un momento en su vida en el que se planteó el intentar
mejorar como número y, para ello, repasó mentalmente las enseñanzas
de sus padres y encontró palabras como: amor bondad, esperanza, caridad,
paz,
Paz, preciosa palabra, pensó, y la imaginó escrita
en su papel, ahora sepia, sobre él, en hermosas letras blancas y observó
que ocupaban el mismo espacio. Es una pequeña palabra, se dijo, no debe
ser difícil de lograr. Y se propuso alcanzar la Paz. Era un número
perezoso. Lo primero que se le vino a la cabeza fue la paz entre los infinitos
conjuntos de infinitos números que forman el universo numérico,
la paz absoluta. Pronto se dio cuenta de que esa paz le venía muy grande,
que tal vez había errado en la elección de su propósito.
Pero era un número obstinado y siguió pensando, y encontró
que había muchas formas de paz, y que para llegar a la paz absoluta había
que subir una larga escalera, siendo el primer peldaño en acometer, la
forma más elemental de paz: la paz interior. Puso manos a la obra y empezó
por intentar encontrar y corregir sus propios defectos. Estando en ello observó
que, solamente con un mínimo de voluntad por su parte podía mejorar
bastante, y se sintió con ganas de intentar ser un número capaz
de unir conjuntos, en lugar de ser un número divisor, un número
fraccionario, quería ser un verdadero número positivo. Si soy
capaz de hacerlo, pensó, cualquier otro número de mi conjunto
también lo será. Así, comenzó a imaginar lo que
sería el segundo escalón en la búsqueda de la paz, y encontró
palabras incompatibles con ella: rencor, protagonismo, poder, vencedor, vencido,
Palabras que era necesario desterrar del hogar común. Y este número
sencillo, solitario, callado, este número insolidario, este mal número,
cerró los ojos, extendió su mano, y soñó, tal vez
iluso, la paz en su conjunto, la paz en la casa de los dos mil dieciocho números.
9.10.