CUARESMA
DE 2004
|
EL
MUÑIDOR
|
BOLETÍN
Nº 16
|
|
|
MI JESÚS Y EL DE MIS ANTEPASADOS
Ojalá, pudieran ver
mis antepasados a Ntro. Padre Jesús, el que yo veo hoy. En mi corta,
pero productiva vida como hermano de esta hermandad, he visto como resurgía
de sus cenizas y me enorgullece haber formado parte de ella colocando mi granito
de arena.
Vengo de una familia con una muy antigua tradición cofrade; me atrevería
a decir que tan antigua como nuestra hermandad misma. Hasta lo que buenamente
recuerdo, juntándolo con lo que me han contado mis padres, mis abuelos
y archivos de la hermandad, lo primero que se me viene a la mente es mi bisabuelo
Apolonio, que tantos años fue mayordomo y que gracias a él y a
su devoción por una virgen de penitencia, tenemos a Nuestra Virgen de
la Amargura, de quien tanto nos enorgullecemos.
También, me hubiera gustado conocer a mi bisabuela, La Niña
Rosarito, que era tan bajita como grande cuando se postraba a los pies
de nuestro Jesús. Ella fue quien en aquellos difíciles años
mantuvo nuestra hermandad a flote con su sacrificio, llevando la hermandad incluso
a su propia casa; todavía puedo ver en la hermandad y en el altar de
nuestro Sagrados Titulares alguno de los enseres que, con mucho cariño,
les regaló a Jesús y a su Amargura. Vistió muchos años
a Ntro. Padre Jesús, alguno de ellos ayudado por mi tía Rosarito
y mi madre Mª del Carmen.
A mi abuelo José El Cano, lo recuerdo de un modo muy especial,
porque lo conocí en vida y me enseñó que hay muchas clases
de personas, incluso tan brutas como él, pero solo hay una manera de
querer a una hermandad y es con todo el corazón, que el amor a Jesús
y a su madre María Santísima de la Amargura, está por encima
de todo, incluso de las personas. Ayudó a traernos de Carmona a esta
imagen Sagrada y venerable de Ntro. Padre Jesús Nazareno, porque quemaron
la que teníamos en aquella fatídica guerra civil. Fue también
el primer hermano costalero de nuestra hermandad y capataz de aquel pasito que
llevaban los costaleros profesionales a hombros, antes del que hay en la actualidad.
Mi abuela Carmela, amó a Jesús hasta el último día
de su dilatada vida. No fue hermana hasta los últimos años, pero
en su gran corazón lo quiso como si lo fuera. Su único afán
cuando veía pasar al señor a través de la reja de su habitación
era poder tener vida para poder verlo otro año más. Cuando lo
parábamos en su reja, sus ojos rompían en lágrimas rezando,
porque aunque lloró mucho en su vida, todavía tenía unas
lágrimas para su Jesús.
De mi padre, ¿qué voy a decir de él?. Ha sido luz en mi
vida como hermano de Jesús. De él he aprendido a amar a Jesús
bajo sus trabajaderas. Tuve el inmenso orgullo de igualar junto a él
mi primer año de costalero. Con él, el peso se llevaba con amor,
el sacrificio y sudor se hacía devoción hacia Jesús, sus
palabras de ánimo y aliento eran para todos un bálsamo para seguir
empujando en esas trabajaderas. A sus compañeros, les aconsejaba que
no se cargaran mucho y, sin embargo, él se cargaba más por ellos,
cada vez que se ponía bien su almohada, el paso parecía que se
nos venía encima
Padre, si estás leyendo estas letras quiero
que sepas que, aunque tuve yo la culpa de que te quitaras de costalero con cincuenta
y cuatro años, te llevo siempre de compañero mío bajo esas
trabajaderas, cuando lo paso mal y me parece que no puedo más, que no
voy a llegar a la Ermita, tu recuerdo es mi apoyo y te pido ¡padre ayúdame¡
y en mi corazón te escucho animándome como si estuvieras al lado
mío. Siempre serás para mí ese costalero que debiéramos
ser todos, puro sacrificio, amor y entrega en las trabajaderas de su Jesús,
sin pedir nada a cambio.
Ante estos titanes de nuestra hermandad, me siento tan pequeño que no
se si llegaría a ser alguna vez como alguno de ellos. Llegué a
la hermandad de manos de mi abuelo y luego con mi padre, empecé a trabajar
en ella. Mis recuerdos de la infancia pasan por la calle Ancha, donde estaba
la hermandad y donde el Jueves Santo veía a mi abuelo y a Julián
preparando el vino que tomarían los costaleros a su paso. En la casa
de Julián estaban las ropas de los armaos y los chiquillos
estábamos locos por ir y ponernos los cascos y llevarlas al corralón
de Julián. Luego, se hizo nuestra hermandad, que se convertiría
en mi segunda casa y, en la cual, siempre estaba haciendo cosas con gente mayor
que yo, limpiando la candelería, varales, respiraderos, faroles,
Luego, nació la Junta Joven, perteneciendo a ella durante trece años
y empecé con ellos una vida más activa en la hermandad. Siempre
había cosas que hacer, caseta, chiringuito, pasos, obras, montaje de
altares de cultos, limpieza, desmontajes, reuniones., etc...
Uno de los
momentos más emotivos, fue cuando quise meterme de costalero. Mi padre
no quería porque sabía el sufrimiento que había bajo las
trabajaderas, pero siempre iba a escondidas de él para verlo ensayar.
Me ponía en las esquinas para que no me viera, pero no faltaba a ningún
ensayo. Estuve quince años de costalero y desde el primer año
hasta el último no los cambiaría por nada en el mundo. Por estos
años, pasaron mi padre, mi hermano, amigos de mi alma, vivencias, sufrimientos,
pero lo que nunca cambiaba de un año para otro era al que llevaba sobre
mi costal, ese Cristo, mi Cristo Nazareno, el de las barbas, el
que nunca decae con su cruz al hombro. Cada vez que me flaqueaban las fuerzas,
no tenía más que levantar un clavel desde mi tercera trabajadera
y ver sus barbas, para comprender que El pasó mucho más que todos
nosotros; esto me dada ánimos para seguir empujando.
Unos amigos de toda la vida, me animaron a pertenecer a la Junta de Gobierno
de nuestra hermandad, junto con ellos. Me gustó la idea y ahora pertenezco
a ella, en un cargo que, entre otras tareas, está (fijaos qué
vueltas da la vida) el vestir a Ntro. Padre Jesús Nazareno, como ya lo
hacía mi bisabuela Rosarito.
También, el año
pasado, me fue encomendada la tarea de ser capataz, como mi abuelo Cano
del paso de nuestro Señor, del que fui tantos años costalero.
Esto fue motivo de gran orgullo y alegría, pero también de gran
tristeza, porque dejaba atrás muchos años de costalero, muchas
vivencias y emociones. Espero Jesús, que algún día, igual
que quisiste que te guiara por las calles de Mairena, me vuelvas a llevar otra
vez a esa tercera trabajadora que tanto echo de menos.
Este Viernes Santo pasado, me embargaron muchas emociones cuando dentro de la
Ermita toqué el llamador del paso por primera vez. Era capataz, pero
mi corazón estaba bajo el paso, junto a mis compañeros. Cuando
hice la primera llamada, me vino a la mente dos personas, que para mí
lo son todo; mi padre y mi hijo. Al primero le debo el estar allí en
ese momento y pensaba que la mano que tocase el llamador, aunque era la mía,
también era la suya y, el segundo es carne de mi carne, volver a mi infancia
y a través de sus ojos ver a Jesús en mi primer Viernes Santo.
Por último, me gustaría agradecer a la Hermandad todo lo que me
ha dado desde que llegué a ella y la confianza y ánimo que me
dio para llevar a Ntro. Padre Jesús por las calles de Mairena. Pero sobre
todo agradecer a nuestros hermanos costaleros, ese esfuerzo por ayudarme, porque
ellos son los verdaderos artífices de llevar como solo ellos saben a
Ntro. Padre Jesús y a Ntra. Sra. de la Amargura, con entrega y devoción.
Desde aquí animo a todos aquellos hermanos que quieran compartir todas
estas emociones llevando a nuestros Sagrados Titulares bajo sus trabajadoras
y ver la mañana del Viernes Santo desde otra perspectiva.
José Antonio