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(31-diciembre-2009)
La ciudadela de Gandul enseña su muralla oculta
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Informa: Chema Cejudo | |||
El reciente descubrimiento
por unos excursionistas de un trozo de muralla en la meseta de Gandul
confirma la hipótesis mantenida por todos los estudiosos de la
rica zona arqueológica de que dicha llanura, asomada al escarpe,
albergó en el pasado una ciudadela prehistórica fortificada.
Los restos del lienzo, de mampostería de piedras superpuestas,
han aparecido en el interior de una oquedad abierta en el suelo, aunque
no se sabe si de forma fortuita o por la acción de los "piteros".
Sea como sea, el hallazgo refuerza la certeza mantenida hasta ahora por arqueólogos y estudiosos ante la ausencia de catas. Según el profesor José Manuel Navarro de la Asociación Ben Baso, la mencionada ciudadela encarna uno de los más antiguos asentamientos humanos permanentes del Bajo Guadalquivir, y estuvo habitada sin interrupción desde la Prehistoria (hace 3.000 años aproximadamente) hasta el Imperio Romano. Pese a lo poco que de ella se conoce, los estudiosos no dudan de los claros signos de incipiente desarrollo organizativo que implicó el poblamiento tanto a nivel social como político, económico y militar. Los cercanos dólmenes del entorno también lo corroboran, al tratarse de espacios anexos con finalidad fúnebre, dar eterno descanso a los restos de sus jerarquías dirigentes. De este modo, los cuatro conocidos (se sospecha que existen más) denotan la relevancia social de los enterramientos, situados en el espacio exterior de la ciudad, en un área claramente delimitada dentro del radio de control político de la ciudadela. En concreto, al otro lado del camino que comunicaba la "city" gandulense con otros puntos de su civilización, la misma vía que durante la época turdetana o prerromana comunicara Sevilla con Málaga. El socavón abierto en las entrañas de la tierra deja por primera vez al descubierto la base de la muralla, trazada en el lado norte del saliente de la Mesa de Gandul, la más vulnerable a un ataque, ya que sus restantes caras quedaban protegidas de forma natural por el desnivel del acantilado que descendía al antiguo lago Ligustinus, hoy la cornisa de Los Alcores. Dicha muralla, como el resto del poblado, fue a partir de la Edad Media devorada por la suma de efectos de la erosión y la vegetación naciente hasta llegar a confundirse con el paisaje. De hecho, el paraje es hoy una combinación de palmar y monte mediterráneo que los maireneros y alcalareños de las últimas generaciones han disfrutado como zona de esparcimiento hasta convertirse finalmente en coto de caza. Sobre la ciudadela también se sabe que ejercía dominio perimetral en forma de circunferencia en una radio de 10 kilómetros en torno a sí. Y se estima que su periplo como poblamiento urbano abarcó desde la Prehistoria hasta los siglos VI ó VII después de Cristo, dándose por seguro que se trató de una réplica de otras muchas existentes de este tipo que jalonaron el Valle del Guadalquivir, como por ejemplo las documentadas en Carmona y Peñaflor, sostiene el profesor Navarro. |